martes, 31 de diciembre de 2013

LA PROFANACIÓN DEL CONDE DE AIAMANS

Josep María Osma Bosch

Escudo de los condes de Aiamans
(Foto: Archivo Josep María Osma Bosch)
Miquel LLuís de Togores i Salas, descendiente de los hermanos Arnau y Guillem Togores, que, a las órdenes de los Montcadas, participaron en la conquista feudal del rey Jaime I a Mayûrqa, y en premio a sus servicios en esa invasión, recibieron grandes extensiones de tierra. Miquel Lluís, con su propio peculio levantó una compañía de hombres sirviendo a rey Felipe IV en la expedición de Provenza, y dicho monarca, en premio por ello y por diversos actos heroicos que demostró en varias batallas, el 15 de octubre de 1634 le confirmaba el título de barón de Lloseta, que su familia ostentaba desde la conquista de Mallorca por parte de Jaume I desde el siglo XIII, con potestad de impartir justicia criminal de esa zona de la isla. El 11 del mes siguiente, le otorgaba el condado de Aiamans. En enero de 1635, el conde, organizó varias unidades con 2.000 mallorquines con una expedición a las islas francesas de Saina-Honorat y de Sainte-Marguerite, donde fue proclamado héroe. Pero también tuvo su crónica negra, y curiosamente, uno de estos episodios, el último de su vida, ocurrió poco antes de fallecer. Veamos...

Nuestro valeroso conde, tuvo una última acción bélica, y con permiso del Rey, se retiró a descansar en Ciutat. Sin duda alguna, una vez desembarcado del navío que lo había transportado a su tierra natal, tuvo conocimiento de que su esposa, Margalida Despuig, de veintidós años de edad, también de la rancia nobleza mallorquina, había abandonado el casal marital refugiándose en el convento de Santa Magdalena. A las 5:30 horas del día 15 de octubre de 1637, por el entorno del convento de esa casa santa, algo inusual estaba ocurriendo. Varios hombres armados hacían vigilancia por los alrededores del edificio de clausura, mientras nuestro protagonista, el conde de Aiamans, escalaba con la ayuda de una escalera de cuerda estrecha y seguido de varios hombres disfrazados una de las paredes exteriores del monasterio; y una vez dentro, para que las monjas que allí residían no dieran el toque de alarma con las campanas, quitaron sus correspondientes badajos. Seguidamente, tanto el de Aimans como sus secuaces, empezaron a abrir las puertas de todas las celdas y demás aposentos conventuales, hallando a las sorprendidas religiosas con sus camisones de noche, y sin hallar rastro alguno de Margalida, abandonaron el lugar.

Iglesia y convento de Santa Magdalena
(Foto: Archivo Josep María Osma Bosch)
Al día siguiente, sin saber noticias del paradero de Miquel Lluís de Tugores i Salas, que se le puso una recompensa de 3.000 lliures malloquines por su captura, la Real Audiencia abrió investigaciones sobre lo sucedido y muchas fueron las personas que prestaron declaración; la lista sería extensa, pero me referiré a algunas de ellas. Margalida Mesquida, esposa del notario Joan Antoni Mesquida, que declaró que estando en duerme vela en su casa de la vecina calle de Nostra Senyora dels Angels, escuchó en esa madrugada con voceríos amenazadores de hombres que decían llevar armas de fuego y que entraban al cenobio con la intención de matar a la condesa, que fueron respondidos por las monjas pidiendo clemencia. Sor Magdalena Santiscle, clausurada en dicho convento desde hacía medio siglo, afirmó ante la justicia, la cual se personó en el lugar acompañada del obispo y autoridades civiles y militares, que vio entrar dentro del recinto sagrado a unos veinte hombres y uno de ellos, con la cara descubierta, reconociendo al conde de Aiamans, llevaba en sus manos un puñal y una linterna diciéndole: "Donau-me lo que es meu, que´s ma Muller" (Dadme lo que es mio, que es mi mujer), y si no se la entregaban "tornaría cada setmana fins que le hagen donat lo que ell buscaba" (volvería cada semana hasta que le dieran lo que él buscaba). Tras varias horas de búsqueda en vano, tanto él como sus amigos abandonaron el recinto.

Por otra parte, la propia Margalida Despuig declaró que llevaba ocho años casada con el conde, y desde hacia tres no estaban haciendo vida conyugal, y que de él recibía malos tratos e infidelidad en el matrimonio, habiendo incluso un hijo natural de trece años de edad, y que con licencia del obispo Juan de Santander, de la diócesis mallorquina, pudo entrar en asilo en el convento, y que en la noche del tumulto, se escondió, para no ser hallada por su colérico esposo, debajo de la cama de una monja que se hallaba enferma dentro de su celda.

Al conde de Aiamans no se le pudo detener, ya que, seguramente lo tenía previamente ideado en caso de que saliera mal su plan, huyó a Barcelona, donde halló el óbito, según las crónicas del suceso, de muerte natural, a partir de ese momento, se cerró el proceso judicial y se retiró la guardia armada que vigilaba el convento en prevención de un posible nuevo asalto.

El convento de Santa Magdalena, que visitamos en la Ruta II del día 21 de noviembre, en el siglo XIII fue un hospital, fundado por el obispo Guillem de Torruella a solicitud de Ponç Hug, conde de Empúries, uno de los señores feudales que acompañaron al rey Jaume I en 1229 en la invasión, saqueo y conquista de la Mayürqa almohade, y que falleció a causa de la peste siendo enterrado en ese mismo centro sanitario. Un siglo después, toman posesión del edificio las monjas de la Penitencia de Santa María Magdalena, las cuales lo transforman en estilo gótico; estas religiosas, en 1533 abrazaron la agustiniana pasando a denominarse Canonesas Regulares Lateranenses.
Hornacina con la imagen de Santa Magdalena
(Foto: Archivo de José María Ibáñez Gandía)

La fachada principal, que da a la plaza de Santa Magdalena, no contiene ninguna ornamentación artística. Su portal de acceso es adintelado y sobre el mismo presenta una hornacina de medio punto con una imagen en piedra de Santa Magdalena que en su mano derecha sostiene una copa (¿el Santo Grial?), y en la izquierda, como representación de su penitencia, un cráneo. En lo más alto hay dos torres de planta cuadrangular, entre ellas destacan las cuatro ventanas rectangulares. En el acceso lateral se puede observar un escudo de la Orden Agustina por un papel de obispo; justo a su derecha tiene la entrada el convento con un típico torno conventual de clausura.

El interior, trabajado en su mayoría con piedra de Santanyí, es de planta única de cruz latina con capillas laterales, cinco por lado. El retablo mayor, flanqueado por columnas corintias, es barroco con una imagen de la santa titular orando atribuida a Lluís Font i Martorell. En la parte del Evangelio (izquierda), se halla el panteón de Catalina Thomás (1531-1574), la payesa nacida en Valldemossa, beatificada en 1792 y canonizada en 1929; su cuerpo incorrupto descansa eternamente dentro de una urna obrada en cristal y plata, obra de Josep Bonnín y costeado por el cardenal Antoni Despuig i Dameto (1745-1813), prelado mallorquín cuyos restos mortales fueron trasladados en 1993 desde Lucca, en la Toscana italiana, y en la plaza frente al templo tiene una estatua realizada en bronce en el año 2005 por Damià Ramis Caubet. Debajo del coro hay dos frescos, uno a cada parte, representando a dos milagros de la santa mallorquina, son obra de Francesc Caimari i Rotger (1739-¿...?).


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