domingo, 24 de agosto de 2014

LA ELEGIDA (VII)

Juana María Hernández Joy


EL CORONEL MUSSET


Ya habían pasado más de dos semanas desde su regreso de Escocia, y aún se preguntaba qué sentido tuvo el ir hasta allí… Lo único que le había quedado claro es que su personaje nunca había estado en Rosslyn.
Debía seguir buscando e investigando sobre él; la única información que tenía, era que salió de Jerusalem el mismo día que lo hizo María Magdalena, acompañando a ésta en su viaje hacia el sur de Francia. Desde allí, salió rumbo a Britania
(Foto: Archivo Joana Joy)
“¿Pero hacia dónde?” Se preguntó Magda. Sabía perfectamente que a Rosslyn nunca fue, o mejor dicho… nunca estuvo.

La noche había sido larga, sus visiones a través de sueños habían regresado y de nuevo aquella voz que siempre le hablaba con dulzura a la vez que con firmeza: “Él sí llegó a tierras de Britania, pero nunca estuvo en Rosslyn; erraste el lugar a visitar.”

Después de tomar el desayuno que le tenía preparado el hermano Bernat, acudiría a la biblioteca; allí encontraría lo que buscaba. Tan inmersa en ello estaba, que no se dio cuenta cuando entró Michel y éste sin decirle nada, la estuvo observando durante todo el tiempo en el que ella no fue consciente de su presencia.

-“Es realmente hermosa.” Se dijo para sí mientras la iba recorriendo lentamente con la mirada. Estaba enamorado de ella y de su belleza desde que Magda llegó por primera vez al monasterio acompañada de su tío y protector Joan de Guillart.

Joan y él nunca fueron amigos, pero como hermanos de la Orden que eran, se respetaban. Michel era miembro activo de la misma, pero también agente secreto del Vaticano al servicio de la iglesia de Roma; la misma que había seguido y perseguido a los antepasados de Magda desde los tiempos de Marie Magdalene d´Ortells.

-“Buenos días hermano Michel, ¿es realmente hermosa, verdad? Aunque no está bien que la mire con esos ojos de halcón a punto de cazar a su presa, ¿no cree?” Le dijo el teniente coronel Musset, que acababa de entrar en la biblioteca con el fin de ver y saludar a Magda.
-“Buenos días Musset” Le contestó Michel algo molesto al verse pillado.
-“Para usted, soy el Teniente Coronel de Infanteria Georges Musset, no lo olvide”. Y girándose hacia Magda, le dijo a ésta: “Niña Magda, ¿cómo estás? Ya veo que tan guapa como siempre.
-“¡Hola mi coronel, cuánto tiempo sin verte! ¿Cuándo has llegado, y por qué no me avisaste que venías? ¡Ya, no me respondas. Sé lo que me vas a decir! Me alegro de verte… ¿Dime, que te trae por aquí, imagino que has quedado con tío Joan para hablar de vuestras cosas, ésas que tanto me interesan y que nunca me contáis.”
-“Sabes niña Magda que no podemos faltar a nuestro voto de obediencia y por supuesto, al voto de silencio. ¿No es así hermano Michel? Le dijo, dirigiéndose a él con cierto tono irónico. Conocía perfectamente quien era y lo que pretendía. Musset no sólo tenía contactos por todo el mundo, sino que también era poseedor de buenas fuentes de información y como no, también en las altas esferas de la Curia Romana.
-“Pero tú no perteneces a la Orden, podrías hacer una excepción conmigo, ¿no crees?”
-“Magda, no me piques, ni tampoco me provoques, sabes que no te voy a decir nada.”
-“Está bien, no insisto.” Le dijo Magda.
(Foto: Archivo Joana Joy)
-“Por cierto hermano Michel, creo que el hermano Bernat lo buscaba…” Le dijo Musset, al tiempo que con la mirada le estaba invitando para que se marchara y así hizo.

El Teniente Coronel Georges Musset, era hombre íntegro, elegante, inteligente y todo un caballero; a pesar de no pertenecer al Temple. Su amistad con Joan de Guillart venía de lejos, de cuando la familia de Joan tuvo que trasladarse por un tiempo a Barcelona; allí se conocieron y allí mismo se forjó su amistad la cual se mantenía hasta el día de hoy.

Musset fue nieto de un anarquista que nunca hizo daño a nadie, e hijo de un hombre inteligente que por culpa de la Guerra Civil no pudo continuar sus estudios, el cual trabajó día y noche para que su hijo sí los tuviera. Los primeros años y parte de la juventud de Musset en Barcelona, su ciudad natal, fueron muy duros, ya que por ser hijo de un obrero fue dejado de lado por mucha gente, ésa misma que años más tarde se peleaban por tener su amistad. Actualmente era un reconocido médico, ya retirado de la vida militar, el cual vivía en Costa Rica con su mujer, a la que había conocido en uno de tantos viajes que hizo a Cuba, llevando una vida tranquila y sin sobresaltos. Atrás quedaron sus años en la milicia, sus viajes por todo el mundo, sus aventuras de “a pie” como él solía decir, incluso la vivida durante una semana en un prostíbulo en Madrid.

-“Y como dicen en las películas… ¡por fin solos! Mira, hasta mañana que regresa tu tío, no tengo nada que hacer, ¿qué te parece si me llevas a dar una vuelta por el centro de Palma y aprovechas de paso para invitarme a cenar?”  Le dijo Musset a Magda.
-“¡A sus órdenes mi coronel! Por cierto, yo invito, pero tú pagas” Así era como le gustaba llamar cariñosamente al viejo amigo de su tío.
-“¡Por supuesto mi querida niña Magda, un caballero que se precie nunca dejaría pagar a su dama! Y esta noche, tú eres mi dama.”
-“Ya veo que sigues tan galante como siempre.”
-“Eso es algo innato en la persona y que nunca se pierde por muchos años que pasen mi querida Madga.

(Foto: Archivo Joana Joy)
Ya en el centro de Palma, dejaron el coche en un parking subterráneo y fueron caminando sin rumbo fijo.
-“Cuéntame, ¿qué es de tu vida, en qué proyecto estás metida ahora mismo? Sé que has estado visitando Edimburgo y que no encontraste lo que fuiste a buscar, pero si otras cosas.”
-“Ya veo que estás bien informado. Sí, fui en busca de una respuesta que no hallé, en cambio…”
-“¿En cambio, qué?” Le preguntó Musset a ver que Magda se había quedado callada y pensativa.
-“Nada importante mi coronel, nada importante…”
-“Está bien, ya me contarás cuando quieras. Sabes que para ti siempre estoy disponible.”
-“Gracias. Pero no hay nada importante que contar. ¿Qué te parece si cenamos de tapeo? Conozco un sitio donde hacen unas tapas buenísimas y está muy cerca de aquí.”
-“¿Y dónde han quedado las buenas costumbres de cenar en un buen restaurante?” Le dijo Musset.
-“¡Ja, ja, ja, venga mi coronel, por un día no pasa nada! Además, sé que cuando las pruebes, te gustarán y me dirás para volver otra vez” Le dijo Magda agarrándose de su brazo consciente de que lo había convencido, como siempre hacia cada vez que se lo proponía.



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