miércoles, 17 de septiembre de 2014

AÑO DE 1229, MADÎNA MAYÛRQA ES CONQUISTADA

Josep María Osma Bosch

Ciudad de Tarragona. Finales del mes de noviembre de 1228. Pere Martell, un conocido, influyente, acaudalado,  experto nauta y cómitre de navío barcelonés, en una fastuosa cena ofrecida al jovencísimo rey Jaume I de Aragón, Señor de Montpellier y conde de Barcelona, y en la cual no faltaron representantes de la nobleza, clero y burguesía, denunciaba la grave situación que padecía el comercio marítimo con abordajes de los piratas moros mallorquines  que asolaban sin cesar las aguas mediterráneas. En este ágape, el monarca propuso que ese tema se trataría en las próximas cortes a celebrar a finales de diciembre de ese mismo año en la ciudad de Barcelona. El 28 de diciembre, en esas cortes, presididas por el rey Jaume se decidió la invasión de la Mayûrqa muwahhidum (almohade), la mayor de las Al-jaza ´ir al-Sharquiya al-Analus (la mayor de las islas orientales del Al-Andalus) gobernada por el walî (gobernador)  Abû Yayâ Muhammad ibn `Alî ibn ´Imrâm al. Tinmlâli, aunque las actas de dicha conquista se firmaron en Tarragona el 28 de agosto del año siguiente.

Entrada de Jaume I a la Madîna Mayûrqa. Lienzo de
Fausto Morell. Hotel Son Vida.
(Foto: Archivo Josep María Osma Bosch).
El 5 de septiembre de 1229, un poderoso ejército feudal, al mando del rey de Aragón, compuesto por 20.000 efectivos de variada procedencia, es decir, de Aragón, Pisa, Castilla, Navarra, Barcelona, Pallars, Girona, Urgell, Lleida, Occitania, Francia, Tarragona..., siendo la Orden del Temple, antigua tutora del monarca en su infancia y adolescencia   encomienda oscense de Monzón, la única unidad participante jerarquizada y disciplinada militarmente, embarcaban desde los puertos de Salou, Tarragona y Cambrils en una potente flota naval de 25 grandes barcos, 18 taridas y un centenar de embarcaciones auxiliares de menor peso y calado. Durante  la travesía se desató una terrible tempestad, durante la cual, Jaume I se encomendó al cielo prometiendo que si cesaba esa climatología adversa para la navegación, tras tener el control total de la isla mandaría construir un templo dedicado a la Virgen María, templo que con el tiempo se convertiría en la Catedral de Mallorca. Tres días después de haber zarpado de los puertos tarraconenses, y con la tempestad cesada, la flota invasora fondeó frente al islote Pantaleu, en la zona oeste de la isla, donde el rey Jaume tuvo la visita de Alî, un joven moro que le augurio una gran victoria y le puso al corriente de una revolución local contra Abû Yayâ con la ejecución de cuatro cabecillas de la misma y de medio centenar de penas capitales más, ejecuciones que ante la invasión cristiana fueron conmutadas.

El día 12, tras haber desembarcado en una cala Santa Ponça y haber tenido algunos contactos con los almohades, el Obispo de Barcelona, Berenguer de Palou, ofició una misa matutina en el campamento cristiano sobre una gran roca en un lugar cercano a Santa Ponça y donde se halla una ermita conocida como S´Ermita de Sa Pedra Sagrada. Una vez finalizada la ceremonia religiosa, en la cual el eclesiástico prometió a las tropas invasoras, que si caían en combate frente al infiel árabe mallorquín, ganarían el paraíso celestial, el rey Jaume I el Conqueridor, con tan sólo veinte y un años de edad, organizó una columna con parte del grueso de sus tropas que tres días antes habían desembarcado en una cala de Santa Ponça  y que ya tuvieron alguna escaramuza con los nativos agarenos, con fuertes bajas mortales por ambas partes; dividió a sus tropas en cuatro cuerpos y al medio día  inició la marcha hacia Madîna Mayûrqa. La vanguardia de la columna iba seccionada en dos grupos, uno capitaneado por Guillermo de Montcada, vizconde de Bearn y su sobrino Ramon, Señor de Tortosa, y el otro, por el conde de Ampurias con un centenar de templarios; dos cuerpos de ejército componían el grueso, uno, bajo las órdenes directas del monarca aragonés y el siguiente, por el Obispo de Barcelona; la retaguardia, la mandaba un oscuro y poco valeroso personaje, Nunyo Sanç, conde del Rosselló, de Conflent y Cerdanya, y tío del joven monarca aragonés.

Lápida conmemorativa de la conquista de Madîna
Mayûrqa. Calle de Sant Miquel de Palma.
(Foto: Archivo Josep María Osma Bosch).
Bien entrada la tarde, la vanguardia, que acaba de llegar a la cima de un collado, conocido después como Coll de sa Batalla, tomó contacto físico con las fuerzas mallorquinas, distinguiéndose en la lucha por parte cristiana, los caballeros-monjes templarios, y por qué no decirlo, los muwahhidum , que al fin al cabo, defendían su solar patrio. Los Montcadas, por su parte, hicieron retroceder por varias veces a los moros isleños, cuyo mando lo ostentaba el wâli Abû Yahyâ Mamad ibn ´Alî ibn Abî ´Imrâm al. Tinmalâlî, bajo la bandera roja y blanca astada con el símbolo heráldico de una cabeza humana. Era ya de noche,  la lucha había cesado y ganada por parte de los invasores. Mientras el caudillo árabe retiraba sus fuerzas y accedían a la madîna por la puerta de muralla llamada Bâd al-Djabîd, actual plaza de Porta de Santa Catalina, Jaume I decidió dar descanso a sus milicias en la alquería Ibn Dinat, hoy en día Bendinat, y enterrar a los muertos, entre los cuales, se hallaban  Ramon y Guillem de Montcadas, amigos personales del monarca, pero también los mallorquines sufrieron muchas bajas humanas en esa jornada. Al día siguiente, jueves, el resto de las fuerzas expedicionarias de reserva que aguardaban en Santa Ponça y en Sa Porrassa, se unieron, por mar, a los supervivientes de la batalla sanguinaria de la jornada anterior desembarcando en Porto Pi. Tras unos días de descanso, los usurpadores cristianos empezaron a organizarse para el asalto a la ciudad musulmana, construyendo varios tipos de maquinas de lanzar piedras llamadas manganell, trabuquet, mantelet..., excavando minas para acercar al foso del recinto amurallado y levantar campamentos por todo el perímetro del mismo. A intramuros de la urbe almohade se preparaba para soportar un asedio que duraría más de tres meses.

Pocos momentos después de romper el alba del 31 de diciembre de ese mismo año de 1229, festividad de San Silvestre, en el calendario  mahometano era el 25 de Safar de la Hégira del Profeta Mahoma, Jaume I de Aragón, al grito de “Via, Barons, pensats d´anar en nom de Nostre Senyor Déus e Sancta Maria!”, ordenaba a sus tropas feudales el asalto final a Madîna Mayûrqa. Tras varias horas de lucha fratricida en los muros del buen recinto fortificado, los asaltantes accedían a la ciudad por la Bâb al-Khal, puerta de muralla que se hallaba situada en las actuales calles de Sant Miquel y la de Marie Curie, lugar donde hoy existe una lápida conmemorativa de ese hecho histórico. Según el cronista medieval Bernat Desclot en su Crònica, los primeros en entrar a la ciudad fueron Ferran Peris de Pina, Bernat de Gurb, aunque una tradición reza que fue Juan Martínez de Eslava exclamando “Via dins, via dins, que tot es nostre!”; en cambio, una leyenda nos dice que el primero en acceder a la urbe almohade fue San Jorge montado en un caballo blanco. Seguidamente entraba por esa puerta de muralla el rey Jaume I, aunque todavía se seguía combatiendo por las calles con los mallorquines bien armados y disciplinados plantando cara al enemigo invasor dispuestos a morir defendiendo su tierra, mientras su walî, Abû Yayâ no cesaba, cimitarra y pavés en manos, de arengarlos; curiosamente este personaje tomó el poder de Mayûrqa en 1208, año del nacimiento del rey cristiano.

En unos momentos de indecisión y bajada del nivel de lucha de los asaltantes que hicieron que retrocedieran parte del terreno ocupado, el  monarca aragonés, que parecía estar en todas partes, viendo ese desanimo de sus señores feudales y peones, les recriminó esa falta de energía en el combate con la exclamación “Vergonya, Cavallers, vergonya!”, sus tropas, al oír ese grito potente del joven rey, volvieron a cargar con denuedo contra los almohades, los cuales, viendo que la derrota era inminente, huyeron de la ciudad por las puertas de muralla, ya la mencionada Bâb al Balad y la Bâb Gumara (después conocida como la del temple), refugiándose la mayoría en las montañas y en castillos roqueros como los de Alaró, Santueri, Artà

Rendición del walî de Mallorca a Jaime I.
Lienzo de Joan Mestres. Santuario de
Sant Salvador, Artá.
(Foto: Archivo de Josep María Osma Bosch)
Una vez consolidada la toma de Madîna Mayûrqa, y tras haberse iniciado el incontrolado y sangriento saqueo casa por casa por parte de los asaltantes, el rey aragonés, hallándose en el alcázar, la Almudaina, negociando la rendición de esa fortaleza con su alcaide, Aben Saîd el-Hakem, dos peones confesaron al monarca donde se hallaba escondido el walî Abû Yayâ y su sequito, y que por 2.000 lliures barcelonesas se lo entregarían. Jaume I les ofreció la mitad y los peones aceptaron. Minutos después, Abû Yayâ era apresado y puesto bajo protección real; pero, 45 días después murió torturado en el mismo alcázar. El hijo del walî, de trece años de edad, se convirtió al cristianismo, y el monarca de Aragón lo casó con Eva Roldán de Alagón, doncella de alta cuna, dándoles como regalo de esponsales el Señorío de Gotor y la Baronía de Illueca. Referente al lugar donde se hallaba el escondite de Abû Yayâ al ser capturado, el polifacético Pere d´Alcàntara Penya (1823-1906), cree que fue en la Volta d´en Ribes, un callejón inexistente en nuestros días y que se hallaba entre las actuales palmesanas calles de Sant Miquel, Moliners y Gater.

Cuando ya había aparecido la luna en esa noche del último día del año de 1229, la bandera de Aragón, la de los cuatro palos rojos sobre fondo amarillo, ya ondeaba en la torre del homenaje del ya ex alcázar almohade. Según el propio Jaume I, que ya empezaba a firmar edictos como Rex Majoricarum, en su Llibre dels Feits, Madîna Mayûrqa, aquella ciudad que al verla por primera vez unos meses antes, dijo que era “la plus bella vila que anc haguésem vista, jo i aquells qui ab jo eren”, dejaba de existir para dejar paso a la Ciutat de Mallorques.



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