domingo, 7 de septiembre de 2014

LA ELEGIDA (IX)

Juana María Hernández Joy

AVENTURA EN ROMA


-“¿Qué te parece si quedamos esta tarde para tomar un café? Necesito hablar contigo y desahogarme.” Le dijo Lourdes a Magda.
-“Está bien, ¿te parece que quedemos a las cuatro dónde siempre?”
-“Perfecto, allí estaré”

(Foto: Archivo Joana Joy)
A Magda no le iba muy bien quedar aquella tarde, pero Lourdes era su mejor amiga, casi una hermana para ella. Y por ese motivo, no podía fallarle.
Lourdes Román pertenecía a una de las familias más ricas e importantes de Palma. Doctorada en Derecho, tenía un bufete de abogados, uno de los más importantes en el mismo centro de la capital palmesana, donde junto a un equipo de buenos profesionales se encargaba de atender y llevar todos los negocios de su padre; ello le permitía llevar una vida acomodada y llena de viajes, hechos por todo el mundo y parte del extranjero… Era una mujer llena de éxito, todo el mundo la conocía y sabían quién era. Pero a pesar de todo ello, le faltaba lo más esencial… el amor. Su solitario corazón aún no había encontrado quien lo hiciera latir.

A las cuatro en punto Magda entraba por la puerta de la cafetería, sabía perfectamente que su amiga ya estaría allí.
-“¡Magda, qué guapa estás. Ya veo que la vida te sonríe!”  Le dijo Lourdes nada más ver a su amiga.
-“¡Ja, ja, ja. No me puedo quejar! Cuéntame, ¿qué ha pasado esta vez?” Le dijo Magda, ya que sabía perfectamente el motivo por el que la había llamado esa misma mañana.
-“Me conoces demasiado… Reconozco que supo seducirme con bellas palabras, hasta que me di cuenta que lo que realmente le interesaba era mi dinero y mi posición social. Y por favor, no me digas lo que me dices siempre…”
-“Ya lo sabía…” Le dijo Magda con una leve sonrisa, mientras la miraba con cariño.
-“Bueno, ya pasó. Te prometo que a partir de ahora no volveré a fijarme en nadie y mucho menos dejarme enamorar por el primero que se me ponga delante. Lo prometo.”

No era la primera vez que Magda le escuchaba decir eso. Pero esta vez no le diría nada. La veía realmente herida y dolida.
-“Señoritas, ¿qué desean tomar?” Les dijo el camarero, sacándolas de su conversación y pensamientos.
-“¡Yo tomaré un whisky doble!” Se apresuró a decir Lourdes.
-“No haga caso a mi amiga, tráiganos dos cafés, por favor. Gracias.” Dijo Magda amablemente al camarero.
-“Estoy pensando en hacer un viaje, salir de la isla, lo necesito. La semana que viene tengo un juicio, después del mismo, haré las maletas y me marcharé. ¿Por qué no te vienes conmigo?”
-“Lourdes, llegué hace pocos días de viaje, fue corto, pero muy intenso.” Le dijo Magda mientras recordaba todo lo vivido en Carcassonne.
-“Por eso mismo te lo digo, tú también necesitas desconectar, pasar unas horas sin pensar en nada y solamente disfrutando del momento. ¿Qué te parece si nos vamos a Roma? Tan sólo sería algo más de veinticuatro horas, ¿qué me dices?”
-“Qué estás loca. Deja que me lo piense y te contesto mañana.” Le contestó Magda.

Aquella noche no podía dormir; no dejaba de pensar en su visita al cementerio de la Citè y se preguntaba si realmente fue Marie Magdalene d´Ortells quien le habló. De repente, aquella dulce voz le susurró al oído.
-“Sí, mi niña. Era yo. Di que sí a tu amiga, debes ir, allí te espera una nueva prueba que deberás pasar. No puedo decirte nada más. Únicamente que vayas alerta, ya que lo que parece real, no lo es. Y viceversa. Recuerda mis palabras. Debo irme, y no olvides que siempre estoy contigo.”
-“¿Pero a qué tipo de prueba te refieres?” Por respuesta, sólo obtuvo el silencio de la noche.

A la mañana siguiente, después de desayunar en la cocina del monasterio, llamó a Lourdes.
-“¿Qué día nos vamos?”
-“¡Así me gusta!, sabía que me dirías que sí. El avión sale dentro de dos días, pasaré a recogerte y vamos juntas al aeropuerto.
Nada más llegar a Roma, cogieron un taxi que las llevó al hotel donde dejaron las maletas, y salieron a dar una vuelta por el centro.
-“¿Qué te parece si reservamos mesa en Ristorante Armando, nos ponemos guapas y salimos a disfrutar de la noche?”
-“Me parece perfecto.” Contestó Magda.

(Foto: Archivo Joana Joy)
Como siempre, Magda estaba espectacular con un vestido negro ajustado, sin mangas y de generoso escote, como a ella siempre le gustaba lucir. Sus sandalias negras de tacón alto y ese rojo carmín que aun resaltaban más sus lindos y apetitosos labios. Lourdes, no se quedó atrás, su vestido blanco también ajustado y sus sandalias a juego, conjugaban a la perfección con su larga melena rubia y sus ojos azul celeste. Dos mujeres de bandera a las que nada ni nadie detendrían en su afán de disfrutar de su corta estancia en Roma.

Ya en el restaurante, Lourdes le dice a Magda: “¿Has visto cómo aquel morenazo te mira? Desde que hemos entrado, no te ha quitado los ojos de encima.”
-“No digas tonterías.” Le dijo Magda, sabiendo que lo que decía su amiga era verdad, ella también se había dado cuenta. Pero evidentemente haría caso omiso tanto al comentario de Lourdes, como a las penetrantes miradas de aquel desconocido.
-“Viene hacia aquí, prepárate.”
-“Buona sera, señoritas.”
-“Buona sera… perdón, ¿cómo te llamas?” Le dijo Lourdes.
-“Nada que perdonar, el fallo está en mí por no haberme presentado aún, mi nombre es Francesco. Y vosotras, ¿cómo os llamáis?”
-“Ella, Magda. Y yo, Lourdes. Por cierto, ¿has cenado solo?”
-“Sí, pero he quedado con un amigo en vernos dentro de media hora para ir a tomar una copa, ¿os apetece acompañarnos?”
Lourdes dijo que si enseguida, mientras miraba a Magda para que también lo dijera.
-“Está bien, iremos, pero sólo una copa.” Contestó Magda a aquél desconocido llamado Francesco. Tenía que reconocer que su piel oscura, sus ojos verdes y su cabello negro como el azabache hacían de él, un bello ejemplar  de hombre italiano, y presentía que él también pensaba lo mismo de ella, bastaba ver como la miraba. Aunque, había algo más en él que aún no lograba ver y le gustaría saber.
-“Ya está aquí Angelo ¿vamos?”

Lourdes, nada más ver al amigo de Francesco, quedó prendada de él. Angelo, era el típico hombre italiano, moreno, de ojos azules, alto y con un cuerpo perfecto. El traje de marca que llevaba, le quedaba a la perfección.
Ya iban por la segunda copa cuando Lourdes le dijo a Magda, que se iba con Angelo a dar un paseo por la ciudad. Sabía Magda lo que su amiga quería y le dijo a ésta: “No te preocupes, nos vemos mañana. Pero ten cuidado, ya sabes porque te lo digo.”
Lourdes y Angelo, salieron del local sin rumbo fijo, con un único pensamiento y deseo, estar esa noche juntos.
-“Vamos, te llevo a mi casa. Allí estaremos tranquilos.”

(Foto: Archivo Joana Joy)
Angelo vivía en un palacete a las afueras de Roma. Ya, en su lujoso aposento, empezó a bajarle lentamente la cremallera del vestido, deseoso de sentir su piel mientras acercaba sus labios al cuello de ella. Lourdes, tan deseosa de él estaba, que se dejó hacer, y Angelo siguió desnudándola mientras sus labios iban recorriendo todo su cuerpo hasta llegar a su secreto mejor guardado.
-“Deseo hacerte mía, llegar hasta al Infinito a través de ti y llenarte toda de mí.”
-“No me lo digas, hazlo. Yo también lo deseo.” Le dijo Lourdes, ansiosa de sentir como poco a poco y muy dulcemente iba llegando para seguir de cada vez con más fuerza hasta llegar al final y desembocar en un estallido de locura y pasión.
-“Sé que debes volver a tu encantadora isla de Mallorca. Pero quiero y deseo volver a verte. Regresa pronto, si no lo haces, seré yo quien vaya a buscarte.”

Mientras sucedía todo esto… Magda y Francesco seguían en el mismo sitio.
-“Eres una mujer realmente hermosa, tienes una mirada que cautiva a cualquiera.”
-“Incluso a ti, ¿verdad?”
-“Sí, tengo que reconocerlo. Nada más verte esta noche, ya te he deseado y sigo deseándote.”
-“Lo sé. Reconozco que eres un hombre muy interesante y apetecible, pero nunca estaría contigo. Primero, porque soy mujer de un sólo hombre, y segundo, no me gusta el anillo que llevas. Demasiado ostentoso para alguien que predica lo que no cree.” Y, disimuladamente volvió a mirar el sello que lucía Francesco en su mano izquierda, el mismo que llevaban todos los nuncios papales. En aquel momento recordó las palabras que le dijo Marie Magdalene d´Ortells: “Lo que parece real, no lo es. Y viceversa.”
-“Es tarde, y mañana debo levantarme temprano.”
-“Te acompaño a tu hotel.” Le dijo Francesco, mientras sus ojos llenos de deseo la recorrían lentamente de arriba abajo.
-“Te lo agradezco, pero no. Sé llegar y también dormir sola” Le contestó sabiendo lo que realmente él buscaba.

Al día siguiente ya en el avión de regreso a Palma, las dos amigas iban en silencio, cada una de ellas inmersa en sus propios pensamientos.
-“Realmente lo de anoche fue maravilloso… Nunca antes había sentido igual con nadie.” Comentó Lourdes de repente.
-“Me alegro de que por unas horas fueras feliz, pero como tú siempre me dices… estas historias son simples aventuras de una sola noche y nada más.”
-“Tienes toda la razón, mejor será olvidarlo.”



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