domingo, 25 de enero de 2015

LA ELEGIDA (XII)

JOANA JOY

JOAN DE GUILLART


Después de pasar unos días de paz y tranquilidad disfrutando de aquellos bellos parajes que le ofrecía la Serra de Tramuntana, Magda decidió que había llegado el momento de regresar. Todo lo acontecido durante el Capítulo, confirmaba muchas de las cosas que ya conocía; sin embargo, nuevas preguntas rondaban su mente -¿quién era realmente Fernando para estar allí como un hermano más y sentado a la derecha de su tío Joan?

-Todo a su tiempo mi querida Magda.-le dijo la dulce voz.
Empezaba a caer la noche cuando Magda llegaba al convento, justo a la hora en que el hermano Bernat terminaba de preparar la cena que se iba a servir aquella misma noche.
-¡Buenas noches Bernat!
-¡Buenas noches, niña Magda! Pensé que volverías antes, ya veo que te han sentado bien estos días de desconexión.
-Así es. Me hubiera gustado quedarme más tiempo, pero tenía que volver y continuar con mi viejo proyecto.
En ése mismo momento entraba por la puerta de la cocina, el nuevo Hermano Mayor, su tío Joan de Guillart. –Mi querida sobrina, veo que ya has regresado. Necesito hablar contigo. Ahora.
-Está bien, vamos. –contestó Magda, al ver la cara de pocos amigos que tenía su tío. -¿dime, de qué se trata?
-Siéntate. Y explícame cómo lo hiciste. –le dijo mirándola fijamente a los ojos.
-No sé a qué te refieres.
-Nada más verte entrar en el refectorio, supe que eras tú. Y cuando te acercaste a mí para servirme, tus pequeñas y delicadas manos, me lo confirmaron.
-Al verse descubierta, no tuvo más remedio que reconocer que aquella noche también estuvo allí. –¿cómo lo hice? He tenido buenos Maestros, y lo sabes, ya que tú eres uno de ellos.
-Sabes perfectamente que las mujeres lo tenéis terminantemente prohibido. Responde, ¿cómo lo hiciste?
-Y tú, pareces haber olvidado de quién soy hija. Mi padre me enseñó y preparó para ser la mejor. Y lo sabes; en estos momentos, voy a acogerme al Voto de Silencio para no contestar a tu pregunta. Sabes que puedo hacerlo.
-¡Soy tu tío! –dijo dando un golpe seco sobre la mesa, dejando visible sobre su muñeca una pulsera idéntica a la que le dieron a Fernando, pero la de su tío, no llevaba dos perlas, si no, tres. Las tres perlas significaban el máximo grado de Conocimiento. No todos los hermanos eran dignos de llevarla. Las pruebas por las que tenían que pasar para conseguirlas eran realmente difíciles.

Joan de Guillart, era uno de los pocos que lo había conseguido, su capacidad, inteligencia, destreza y conocimiento, habían hecho de él un hombre imbatible y digno merecedor de poseerla.
-No, en estos momentos no lo eres. A quién veo y tengo ante mí es al Hermano Mayor de la Orden.
Magda, sabes qué no puedes!
-Bien, lo entiendo. Ahora si me lo permites, me retiro. Dile al hermano Bernat que esta noche no tomaré nada para cenar. Buenas noches.
-¡Espera, esta conversación aún no ha acabado!
-Para mí, sí. ¿O acaso, me vas a decir el significado del brazalete qué llevas? –le preguntó Magda consciente de qué con ello ponía nuevamente en un jaque verbal a su tío.
-Sabes que no puedo, ahora no. Algún día sabrás.
-¿Cuándo yo también sea digna de llevarla?
Magda!
-¿Dime, querido tío Joan?
-Vaya, de nuevo vuelvo a ser tu tío.
-Sabes lo mucho qué te quiero y significas para mí. Pero también conoces cuál es mi meta, y no voy a parar hasta llegar a ella. Con tu ayuda, o sin ella. Se lo debo a mi padre. –dicho esto, se levantó  y se marchó.

Ya en su habitación, Magda se dirigió hasta la cómoda, abrió el primer cajón y sacó su preciada caja de madera en forma de rosa. En su interior, un brazalete idéntico al que llevaba su tío, sólo que el suyo tenía dos perlas negras. –debo conseguir la tercera y lo haré –se dijo para sí.
En ese mismo instante recordó el momento en que se le entregaba a Fernando el suyo. Y también sus besos y caricias… Ahora más que nunca debía apartarlo de su corazón y de su mente.
-Sí. Debes hacerlo. –le dijo de nuevo aquella dulce voz –sigue con tu proyecto, debes centrarte y no dejar qué nadie te aparte de él

A la mañana siguiente y después de desayunar, se dirigió a la biblioteca. Mientras disfrutaba ojeando un antiguo libro, descubrió una pintura impresa en el mismo, en ella había una mujer sentada en un pupitre, mientras un hombre la asaltaba por detrás para robarle un beso.
-¡Maravillosa pintura! Confirmada está mi teoría.
-¿Cuál? –le dijo una voz que le resultaba familiar. Era el Coronel Musset.
-Hola coronel, y sin girarse, dijo: -mujeres de la Edad Media estudiando en un convento de hombres. Convento, cenobio o monasterio; llámalo cómo quieras.
-Buena deducción, mi querida Magda
-Pero no es un Caballero.
-Si te fijas bien mi querida nIña, por la vestimenta, tampoco es un monje. Más bien parece un mago, lo digo por los símbolos de la túnica.
-Es lo que parece. Aunque hasta donde mi conocimiento llega, sé que nunca los hubo. O ¿sí?
-La Orden los protegía. –dijo en tono serio Musset.
-¿Cómo dices, en serio, a cambio de qué?
-De conocimientos. –Musset volvió a contestar con total seriedad
-¿Y a mí, por qué se me protege?
-En la Orden, los mandatos dados por la superioridad, no se pregunta ni se discute sobre ellos.
-Yo no soy maga, tampoco hechicera.
-Pero tu belleza embruja a cualquiera, ¡empezando por mi! -dijo el Coronel Musset, quien había entrado al tiempo de que ella hiciera su descubrimiento.
-¡Mi coronel! ¿Cómo estás, cuándo has llegado?
-Hace un par de horas. He venido a saludar y de paso a dar la enhorabuena a tu tío por su nuevo nombramiento. –le dijo mientras la miraba fijamente a los ojos, al ver como la expresión de su cara cambió.
-¿Pasa algo mi querida niña, estás bien? Sé que ayer tuviste una conversación un poco acalorada con tu tío; me llamó para decírmelo y también, lo arrepentido que estaba de haberte hablado asi. Pero, debes de reconocer que no hiciste bien.
-Por favor, no sigas. Yo también me siento mal por ello, pero debía hacerlo.
-Lo sé. Estás acostumbrada a caminar sola, y pasar las pruebas sin que nadie te indique el camino que debes seguir; sólo el de tu intuición.
-Así es.
-¿Qué te parece, si vamos a comer los tres y hacéis la paces? Por cierto, esta vez elijo yo.
-De acuerdo mi coronel. En ésta ocasión, dejaremos a tío Joan que nos invite, ¿no crees?
-¡Me parece perfecto, decidido entonces! Procura estar lista a las dos.
-Lo estaré. Ahora ve, seguro que ya te estará esperando.

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