domingo, 11 de enero de 2015

LA ELEGIDA (X)

Joana Joy


EL SUEÑO DE ROGER


            
-¡Buenos días tio Joan! ¿Cómo estás?
-Buenos días mí querida sobrina. Muy bien, estoy ordenando unos documentos, en unos días salgo de nuevo de viaje.
-¿Convocado Capítulo? -preguntó Magda al ver sobre la mesa de éste una caja con un sello lacrado. Sabía perfectamente que había en su interior.
-Así es-. Contestó Joan de Gillart.
-¿Cúando te marchas? Llévame contigo.
-Sabes perfectamente que no puedes asistir. Las mujeres lo tenéis terminantemente prohibido.
-Es verdad. Pero no sería la primera vez que una mujer asistiera a un Capítulo.
-Magda, no sigas. No vendrás conmigo y lo sabes.
-Está bien, no insisto. Pero te recuerdo que el nombre de la Orden a la que perteneces es La Perla Negra.
-Sí. ¿Qué quieres decir con ello?
-Es curioso que una orden como ésta, y con el peso que tiene desde tiempo inmemoriable, tenga nombre femenino y al mismo tiempo no se acepten mujeres, ¿no crees?
Magda! No sigas por ahí. Y por segunda vez te digo, no vendrás conmigo.
-Está bien Sr.Guillart, usted gana.

Decididamente Magda había conseguido irritar a su tío Joan, por ése motivo pensó que lo mejor sería dejarle solo y se despidió de él hasta la noche, donde se verían en el comedor para cenar. Aquella noche decidió retirarse pronto a su habitación, necesitaba pensar cómo podría o debería hacer para asistir al Capitulo sin que nadie de los presentes empezando por su tío supieran que ella estaba allí. Si alguien podía darle ésa información, ése era el bueno de Bernat, su fiel confidente y quien nunca tenía un No para ella.
-Sí, eso mismo. Mañana Bernat me dirá como lo tengo que hacer.

Magda conocía perfectamente el lugar donde se reunían, más de una vez había ido sin que nadie se diera cuenta de ello, ni siquiera su querido tío Joan. Pero nunca consiguió entrar, el hermano guardián que siempre había en la puerta, al verla, la habría reconocido y dado la voz de alarma al resto de hermanos presentes.

Al día siguiente, aún no eran las cinco de la mañana y ya estaba Magda entrando por la puerta de la gran cocina del monasterio.
-¡Buenos días Bernat!
-¡Buenos días mi querida niña Magda! ¿Pero qué haces tan temprano levantada? ¡Si aún no ha salido el sol!
-Necesito pedirte un favor.
-Tú dirás, pero hoy no tengo mucho tiempo, sólo faltan dos rosas.
-¿Cómo dices Bernat, dos rosas?
-Sí, mi niña Magda. Siempre que se convoca Capítulo, todos los hermanos asistentes al mismo, reciben tres rosas rojas, una por semana; a la que hace tres y en ése mismo día, deben acudir al lugar acordado. La reunión o como solemos decir nosotros, Capítulo, se inicia a las doce en punto de la medianoche. Anteriormente, a las nueve, los hermanos celebran una cena. Y por ese mismo motivo, en esta fría mañana de enero, no puedo atenderte como acostumbro a hacer; debo preparar todo para que esa noche no falte nada y el protocolo de la misma salga bien.
-¿Quieres decir qué también asistirás al Capitulo?
-Sí, como siempre hago y he hecho desde que estoy en la orden.
-Bernat… Quiero asistir…
-Niña Magda, sabes que no puedes. Eres mujer, y por tanto, no apta para ello.
-Hermano Bernat, sabes que estoy lo suficientemente preparada y a la altura.
-Lo sé, mi querida Magda. Pero como te he dicho antes, eres mujer.
-Bien, ya no insisto más. No te preocupes por mi desayuno, me apetece bajar a Palma. Ya tomaré algo por el centro.
-Espera, de acuerdo; te pondrás el hábito de sirviente y servirás la  cena. Con anterioridad a la llegada de los mismos, colocarás en la mesa el cuenco para la sopa, la copa para el vino y los cubiertos para cada uno de los hermanos asistentes. Muy importante, antes de entrar en el refectorio, deberás ponerte la capucha; no deben reconocerte y mucho menos saber que eres tú. Los hermanos cenan en silencio, mientras escuchan una lectura sagrada. Procura ser lo más sigilosa posible y no cometer ningún fallo que te delate. ¿Entendido?
-Sí. Entendido.
-Bien. Y ahora dame unos minutos y te preparo el desayuno.

Magda estaba feliz, había conseguido lo que quería. Ahora sólo quedaba esperar a que llegara el día. Dos semanas, tan sólo dos semanas. Su día por el centro de Palma, iba transcurriendo plácidamente. Nada más llegar a Plaza España y como solía hacer siempre, se paró a tomar algo en su bar favorito. Al entrar, recordó aquella mañana que vio por primera vez a Fernando y de su viaje a Escocia donde el destino quiso que se volvieran a encontrar. No había podido olvidar aquella noche de hotel, ni lo que sintió mientras estuvo entre sus fuertes brazos. Seguía deseándole, pero era consciente de que lo ocurrido en Escocia, sólo había sido una aventura de dos personas que en aquél momento se deseaban. Ella misma forzó la situación para que fuera así; sólo una aventura.

Después de haber comido, cogió nuevamente su coche y fue hasta el Paseo Marítimo, le apetecía caminar y respirar ese aire a mar que tanto le gustaba y que tan buenos y evocadores recuerdos de niña le traían. Lentamente, y sin prisas, sus pasos le llevaron hasta la lonja de pescadores donde se detuvo y por unos minutos se dejó envolver por aquel aroma.

-Buenas tardes mi querida Magda –le dijo Roger de Blanchefort, quien llevaba un rato observándola.
-¡Hola Roger, buenas tardes! ¿Cómo estás? No sabía que estabas en Palma.
-He venido sólo por unos días a cumplir con un compromiso. Llegué ayer y me marcho mañana.
-¿Una dama? –le dijo Magda, a su buen amigo francés.
-Es posible –contestó Roger, sin dar más explicación.
-Bien, si es así, espero que me la presentes. Quiero conocerla.
-¡Ja, ja, ja! Tranquila, cuando llegue el momento ya te la presentaré. Por cierto, el compromiso que me ha hecho venir hasta esta bella isla, se celebra esta misma noche, ¿qué te parece si me acompañas?
-¿Yo? –le dijo Magda sorprendida.
-Sí, tú. Lo tengo todo previsto, ya me conoces. Tengo reservadas dos habitaciones en el mejor hotel de Pollensa, el mismo donde estoy hospedado desde que llegué.
-Roger, no puedo asistir. Sabes que me gusta vestir bien y ya no tengo tiempo de ir a mirar nada.
-No te preocupes por eso mi querida Magda. Lo tengo todo organizado. Cuando lleguemos al hotel y entres en tu habitación, lo entenderás todo. Sabía y era consciente de que su amigo Roger de Blanchefort era todo un caballero, como ya se lo demostró durante su estancia en su casa de Carcasonne. Aún así, y como acostumbraba a hacer, no bajaría la guardia.

Acababan de llegar al hotel; Roger acompañó a Magda hasta su habitación donde muy cortésmente le abrió la puerta. Nada más entrar, Magda vio sobre la cama una caja grande y al lado, otra más pequeña.
-Ábrela –le dijo él, impaciente por saber si a Magda le gustaría el vestido rojo que había comprado en Paris, especialmente para ella.
-Es realmente precioso –le dijo, nada más verlo.
-Y ahora abre la otra caja. Espero que también te gusten y sean de tu agrado.
-Roger, ¿por qué haces todo esto, a qué se deben estos regalos? –le dijo Magda al ver los zapatos negros de tacón alto, eran perfectos para lucirlos con el vestido rojo.
-Luego hablamos, ahora no preguntes. En el baño tienes todo lo necesario para lucir esta noche más bella que nunca. Te recogeré en una hora.

Puntual como siempre, Roger tocaba a la puerta de la habitación de Magda. Aún le quedaba otra sorpresa por entregar a su princesa. Aunque era consciente de que podía recibir una negativa por respuesta, debía y quería intentarlo. Magda era demasiado para él; tenía todo lo que siempre había buscado en una mujer. Necesitaba saber si ella estaría dispuesta a darle un sí.

Al abrir Magda la puerta, Roger se quedó sin palabras; estaba real y sencillamente espectacular.
-¿Vamos? –dijo ella.
-Sí, vamos.

Al llegar al restaurante, había una orquesta que nada más verla entrar, empezó a tocar La Vie Rose y un camarero la invitaba a que lo acompañara. Magda estaba acostumbrada a las sorpresas, pero ésta las superaba todas. Ya sentados el uno frente al otro, ella le pidió a Roger que le explicara que significaba todo aquello.
-Magda, mi princesa Magda; me gustas desde aquella primera noche que nos vimos en Barcelona, pero no soy hombre de demostrar mis sentimientos. Si he hecho y preparado todo esto, es porque quiero que sepas todo lo importante que eres para mí.
-Roger, agradezco tus palabras. Aunque no era necesario que prepararas todo esto, ya sabes que soy una persona muy sencilla.
-Quería y me apetecía hacerlo; aparte de que te mereces, todo esto y más. Sabes que yo podría dártelo.
-Por favor, no sigas, –le dijo Magda –no soy mujer florero, nunca lo he sido, no lo voy a ser ahora. Roger, mi buen amigo, sabes los proyectos que tengo en mente y también cual es mi meta.
-Lo sé, mi querida Magda, lo sé. Pero necesitaba decírtelo.

En ése momento, sacó del bolsillo de su chaqueta una pequeña caja roja
-Esto es para ti, quiero que lo aceptes.
Al abrir Magda la caja y ver su contenido, se quedó blanca; le dijo a Roger que no podía aceptar semejante regalo, no por su valor económico en sí, si no por lo que representaba. Dicho regalo era una rosa hecha a mano expresamente para ella, en platino y brillantes.
-Lo siento, no puedo aceptarla.
-Quiero que la aceptes.
-Vuelvo a repetir, lo siento, no puedo aceptarla.
-Está bien, mi Señora. No insistiré más. Bueno, ¿qué te parece si olvidamos lo sucedido?
-Por mí, perfecto –le dijo Magda, ya más relajada.
-Ya que vamos a estar en este bello pueblo de Pollensa hasta mañana por la tarde, ¿podríamos hacer el Calvario? Tengo entendido que es como dar un paseo, unos cuantos escalones y ya hemos llegado a la ermita del mismo nombre.

Mientras Magda escuchaba a Roger, no podía evitar sonreír ante sus palabras –si, si, así es, unos pocos escalones y ya estaremos en la ermita. Por si acaso te cansas, te aconsejo que lleves calzado cómodo.
-Está bien, así haré. Entonces, mejor será que nos vayamos a dormir, mañana habrá que levantarse temprano.
-Sí, mejor será. ¿Roger?
-¿Dime?
-Gracias por esta noche de ensueño, cualquier mujer te habría dicho que si con los ojos cerrados.
-No me interesa cualquier mujer –le dijo Roger mirándola fijamente a los ojos y deseando besar sus labios de rojo carmín.
-Roger, hasta mañana.
-Sí, hasta mañana. Buenas noches.

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