Josep María Osma Bosch
“Dos cavallers la servien
que ver ella sols vivien,
flor de la cavalleria:
Pere Quint, Rafel Verí.
Sota el balcó de la bella,
una nit, per la donzella
es
baten fins que s´estella
llur Espasa… La divisa era de vèncer o morir.
Escàpols de les ferides,
tornan arriscar llurs vides…
No en tens prou de sang vessada? No en tens prou amor felló?
Cruel
combat! Lluita dura!
Pere Quint, sense armadura,
Dóna el pit… Oh, desventura!
Ferit
vilmente a l´espatlla, cau mort a traició “.
Guillem Colom Ferrà, poeta (1890-1979)
La Rambla de Palma de Mallorca,
construida sobre le primitivo cauce del torrente de Sa Riera, y sus
colindantes, son una de las zonas del casco antiguo de Palma que cuentan con
una larga lista de historias y leyendas, algunas de las cuales, he dado, y daré cabida en este
Blog. Hoy, permítaseme dar a conocer unos trágicos hechos que acontecieron en la plaza de
Carmen, adosada a la que hoy en día es la Tesorería de la Seguridad Social, en
el tercer año de la segunda década de aquel siglo XVII donde las luchas entre
los clanes de los Canamunt y de los Canavall hacían que el asesinato estuviera
a la orden del día.
Es Pas d´en Quint (Foto: Archivo Josep María Osma Bosch) |
Magdalena era una de las jóvenes solteras más cotizadas de la ciudad;
y no era para menos, ya que su padre, Pere Ramon Burgues-Saforteza i de
Vilallonga de Sala i Desclapés, además de ser adinerado, era el procurador
real, y por los servicios prestados a la Corona de España, el rey Felipe IV le
otorgó el título de conde de Santa Maria de Formiguera; por otra parte, su
madre, era Violant Spanyol i de
Sanmarti, de la vieja nobleza mallorquina.
En 1612, Magdalena, con veinte y
un años de edad, dos jóvenes pretendían sus amores. Uno de ellos era Pere Joan
de Quint i Fuster; el otro, Rafel de Verí i Dameto, ambos del estamento
nobiliario local. El 25 de julio de ese mismo año, los dos pretendientes, tras
cruzarse en la calle, discutieron e incluso llegaron a sacar sus espadas. Días
después, el Verí hizo llegar una nota a su contrincante en la que le emplazaba,
para salvar su honor ofendido días antes, a un duelo sin compañía, a espada y
daga, en la plaza del Carmen, adosada al desaparecido convento del mismo
nombre.
Llegada la hora de la noche
señalada, Quint, tal como avisaba la nota, se presentó en la plaza del Carmen
sin acompañantes, con las armas acordadas y sin protección corporal, es decir, sin
armadura, cosa que su adversario, Rafel Verí no lo hizo, ya que junto a él le
daban escolta siete compañeros armados hasta los dientes; y todos ellos, los
ocho, como si fueran los mosqueteros de Alejandro Dumas con peculiar grito de
“¡Todos para uno y uno para todos!” se cernieron sobre el indefenso Pere Joan
dejándole el cuerpo como tal colador. Estando todavía los protagonistas del
crimen sobre el mismo terreno, se presentó el virrey Carles Coloma y al ver
el estado crítico del atacado, ordenó
que lo llevasen a la casa de Guillem Sureda, cercana al lugar de los hechos
(Rambla, 15), fallecería minutos después. Los presuntos asesinos, que se
hallaban dentro del templo carmelita, fueron desarmados y conducidos a sus
respectivos domicilios, donde, bajo arresto domiciliario esperarían la
celebración del juicio. Semanas después se dictó sentencia: Rafel Verí i Dameto
fue condenado a destierro de por vida en Orán, su hermano Antonio a 10 años
siendo los otros procesados condenados a penas menores.
C´an Verí, calle C´an Verí, 3 (Foto: Archivo Josep María Osma Bosch) |
Ni que decir tiene que el
asesinato de Pere Joan de Quint i Fuster conmovió toda la ciudad, a excepción
de Magdalena, que poco le duró la pena de ver a uno de sus pretendientes muerto
y el otro alejado judicialmente de Mallorca, ya que dos años después, concretamente
el 6 de julio de 1614 contraía por poderes matrimonio con el noble catalán, e
hijo de mallorquina, Francesc Jofre de Pax i Burgues, celebrándose la ceremonia
en Can Dameto (paseo d´es Born), siendo Albertí Dameto i Cotoner el
representante del novio que se hallaba en Barcelona. Un año después, el
catalán, que era conde de Peralada y vizconde de Rocaberti, vino a la isla a
conocer a su esposa y tras pasar unos días en Ciutat se trasladaron a la Ciutat
Comtal donde fijaron su residencia.
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