Josep María Osma Bosch
Ciudad de Tarragona. Finales del
mes de noviembre de 1228. Pere Martell, un conocido, influyente,
acaudalado, experto nauta y cómitre de
navío barcelonés, en una fastuosa cena ofrecida al jovencísimo rey Jaume I de Aragón,
Señor de Montpellier y conde de Barcelona, y en la cual no faltaron
representantes de la nobleza, clero y burguesía, denunciaba la grave situación
que padecía el comercio marítimo con abordajes de los piratas moros
mallorquines que asolaban sin cesar las
aguas mediterráneas. En este ágape, el monarca propuso que ese tema se trataría
en las próximas cortes a celebrar a finales de diciembre de ese mismo año en la
ciudad de Barcelona. El 28 de diciembre, en esas cortes, presididas por el rey
Jaume se decidió la invasión de la Mayûrqa muwahhidum (almohade), la mayor de
las Al-jaza ´ir al-Sharquiya al-Analus (la mayor de las islas orientales del
Al-Andalus) gobernada por el walî (gobernador)
Abû Yayâ Muhammad ibn `Alî ibn ´Imrâm al. Tinmlâli, aunque las actas de
dicha conquista se firmaron en Tarragona el 28 de agosto del año siguiente.
Entrada de Jaume I a la Madîna Mayûrqa. Lienzo de Fausto Morell. Hotel Son Vida. (Foto: Archivo Josep María Osma Bosch). |
El 5 de septiembre de 1229, un
poderoso ejército feudal, al mando del rey de Aragón, compuesto por 20.000
efectivos de variada procedencia, es decir, de Aragón, Pisa, Castilla, Navarra,
Barcelona, Pallars, Girona, Urgell, Lleida, Occitania, Francia, Tarragona...,
siendo la Orden del Temple, antigua tutora del monarca en su infancia y
adolescencia encomienda oscense de Monzón, la única unidad participante jerarquizada y disciplinada militarmente,
embarcaban desde los puertos de Salou, Tarragona y Cambrils en una potente
flota naval de 25 grandes barcos, 18 taridas y un centenar de embarcaciones
auxiliares de menor peso y calado. Durante
la travesía se desató una terrible tempestad, durante la cual, Jaume I
se encomendó al cielo prometiendo que si cesaba esa climatología adversa para
la navegación, tras tener el control total de la isla mandaría construir un
templo dedicado a la Virgen María, templo que con el tiempo se convertiría en
la Catedral de Mallorca. Tres días después de haber zarpado de los puertos
tarraconenses, y con la tempestad cesada, la flota invasora fondeó frente al
islote Pantaleu, en la zona oeste de la isla, donde el rey Jaume tuvo la visita
de Alî, un joven moro que le augurio una gran victoria y le puso al corriente
de una revolución local contra Abû Yayâ con la ejecución de cuatro cabecillas
de la misma y de medio centenar de penas capitales más, ejecuciones que ante la
invasión cristiana fueron conmutadas.
El día 12, tras haber
desembarcado en una cala Santa Ponça y haber tenido algunos contactos con los
almohades, el Obispo de Barcelona, Berenguer de Palou, ofició una misa matutina
en el campamento cristiano sobre una gran roca en un lugar cercano a Santa Ponça
y donde se halla una ermita conocida como S´Ermita de Sa Pedra Sagrada. Una vez
finalizada la ceremonia religiosa, en la cual el eclesiástico prometió a las
tropas invasoras, que si caían en combate frente al infiel árabe mallorquín,
ganarían el paraíso celestial, el rey Jaume I el Conqueridor, con tan sólo
veinte y un años de edad, organizó una columna con parte del grueso de sus
tropas que tres días antes habían desembarcado en una cala de Santa Ponça y que ya tuvieron alguna escaramuza con los
nativos agarenos, con fuertes bajas mortales por ambas partes; dividió a sus
tropas en cuatro cuerpos y al medio día
inició la marcha hacia Madîna Mayûrqa. La vanguardia de la columna iba
seccionada en dos grupos, uno capitaneado por Guillermo de Montcada, vizconde
de Bearn y su sobrino Ramon, Señor de Tortosa, y el otro, por el conde de
Ampurias con un centenar de templarios; dos cuerpos de ejército componían el
grueso, uno, bajo las órdenes directas del monarca aragonés y el siguiente, por
el Obispo de Barcelona; la retaguardia, la mandaba un oscuro y poco valeroso
personaje, Nunyo Sanç, conde del Rosselló, de Conflent y Cerdanya, y tío del
joven monarca aragonés.
Lápida conmemorativa de la conquista de Madîna Mayûrqa. Calle de Sant Miquel de Palma. (Foto: Archivo Josep María Osma Bosch). |
Bien entrada la tarde, la
vanguardia, que acaba de llegar a la cima de un collado, conocido después como
Coll de sa Batalla, tomó contacto físico con las fuerzas mallorquinas,
distinguiéndose en la lucha por parte cristiana, los caballeros-monjes
templarios, y por qué no decirlo, los muwahhidum , que al fin al cabo,
defendían su solar patrio. Los Montcadas, por su parte, hicieron retroceder por
varias veces a los moros isleños, cuyo mando lo ostentaba el wâli Abû Yahyâ
Mamad ibn ´Alî ibn Abî ´Imrâm al. Tinmalâlî, bajo la bandera roja y blanca
astada con el símbolo heráldico de una cabeza humana. Era ya de noche, la lucha había cesado y ganada por parte de
los invasores. Mientras el caudillo árabe retiraba sus fuerzas y accedían a la
madîna por la puerta de muralla llamada Bâd al-Djabîd, actual plaza de Porta de
Santa Catalina, Jaume I decidió dar descanso a sus milicias en la alquería Ibn
Dinat, hoy en día Bendinat, y enterrar a los muertos, entre los cuales, se
hallaban Ramon y Guillem de Montcadas,
amigos personales del monarca, pero también los mallorquines sufrieron muchas
bajas humanas en esa jornada. Al día siguiente, jueves, el resto de las fuerzas
expedicionarias de reserva que aguardaban en Santa Ponça y en Sa Porrassa, se
unieron, por mar, a los supervivientes de la batalla sanguinaria de la jornada
anterior desembarcando en Porto Pi. Tras unos días de descanso, los usurpadores
cristianos empezaron a organizarse para el asalto a la ciudad musulmana,
construyendo varios tipos de maquinas de lanzar piedras llamadas manganell,
trabuquet, mantelet..., excavando minas para acercar al foso del recinto
amurallado y levantar campamentos por todo el perímetro del mismo. A intramuros
de la urbe almohade se preparaba para soportar un asedio que duraría más de
tres meses.
Pocos momentos después de romper
el alba del 31 de diciembre de ese mismo año de 1229, festividad de San
Silvestre, en el calendario mahometano
era el 25 de Safar de la Hégira del Profeta Mahoma, Jaume I de Aragón, al grito
de “Via, Barons, pensats d´anar en nom de Nostre Senyor Déus e Sancta Maria!”,
ordenaba a sus tropas feudales el asalto final a Madîna Mayûrqa. Tras varias
horas de lucha fratricida en los muros del buen recinto fortificado, los
asaltantes accedían a la ciudad por la Bâb al-Khal, puerta de muralla que se
hallaba situada en las actuales calles de Sant Miquel y la de Marie Curie,
lugar donde hoy existe una lápida conmemorativa de ese hecho histórico. Según
el cronista medieval Bernat Desclot en su Crònica, los primeros en entrar a la
ciudad fueron Ferran Peris de Pina, Bernat de Gurb, aunque una tradición reza
que fue Juan Martínez de Eslava exclamando “Via dins, via dins, que tot es
nostre!”; en cambio, una leyenda nos dice que el primero en acceder a la urbe
almohade fue San Jorge montado en un caballo blanco. Seguidamente entraba por
esa puerta de muralla el rey Jaume I, aunque todavía se seguía combatiendo por
las calles con los mallorquines bien armados y disciplinados plantando cara al
enemigo invasor dispuestos a morir defendiendo su tierra, mientras su walî, Abû
Yayâ no cesaba, cimitarra y pavés en manos, de arengarlos; curiosamente este
personaje tomó el poder de Mayûrqa en 1208, año del nacimiento del rey
cristiano.
En unos momentos de indecisión y
bajada del nivel de lucha de los asaltantes que hicieron que retrocedieran
parte del terreno ocupado, el monarca aragonés,
que parecía estar en todas partes, viendo ese desanimo de sus señores feudales
y peones, les recriminó esa falta de energía en el combate con la exclamación
“Vergonya, Cavallers, vergonya!”, sus tropas, al oír ese grito potente del
joven rey, volvieron a cargar con denuedo contra los almohades, los cuales,
viendo que la derrota era inminente, huyeron de la ciudad por las puertas de
muralla, ya la mencionada Bâb al Balad y la Bâb Gumara (después conocida como
la del temple), refugiándose la mayoría en las montañas y en castillos roqueros
como los de Alaró, Santueri, Artà…
Rendición del walî de Mallorca a Jaime I. Lienzo de Joan Mestres. Santuario de Sant Salvador, Artá. (Foto: Archivo de Josep María Osma Bosch) |
Una vez consolidada la toma de
Madîna Mayûrqa, y tras haberse iniciado el incontrolado y sangriento saqueo
casa por casa por parte de los asaltantes, el rey aragonés, hallándose en el
alcázar, la Almudaina, negociando la rendición de esa fortaleza con su alcaide,
Aben Saîd el-Hakem, dos peones confesaron al monarca donde se hallaba escondido
el walî Abû Yayâ y su sequito, y que por 2.000 lliures barcelonesas se lo
entregarían. Jaume I les ofreció la mitad y los peones aceptaron. Minutos
después, Abû Yayâ era apresado y puesto bajo protección real; pero, 45 días
después murió torturado en el mismo alcázar. El hijo del walî, de trece años de
edad, se convirtió al cristianismo, y el monarca de Aragón lo casó con Eva
Roldán de Alagón, doncella de alta cuna, dándoles como regalo de esponsales el
Señorío de Gotor y la Baronía de Illueca. Referente al lugar donde se hallaba
el escondite de Abû Yayâ al ser capturado, el polifacético Pere d´Alcàntara
Penya (1823-1906), cree que fue en la Volta d´en Ribes, un callejón inexistente
en nuestros días y que se hallaba entre las actuales palmesanas calles de Sant
Miquel, Moliners y Gater.
Cuando ya había aparecido la luna
en esa noche del último día del año de 1229, la bandera de Aragón, la de los
cuatro palos rojos sobre fondo amarillo, ya ondeaba en la torre del homenaje
del ya ex alcázar almohade. Según el propio Jaume I, que ya empezaba a firmar
edictos como Rex Majoricarum, en su Llibre dels Feits, Madîna Mayûrqa, aquella
ciudad que al verla por primera vez unos meses antes, dijo que era “la plus
bella vila que anc haguésem vista, jo i aquells qui ab jo eren”, dejaba de
existir para dejar paso a la Ciutat de Mallorques.
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