Josep María Osma Bosch
Cinco son las plazas de toros
existentes en nuestra isla mallorquina: el Coliseo Balear, obra de Gaspar
Bennàzar Moner, inaugurada el 21 de julio de 1929 y con un aforo de 14,424
personas; la de Muro, única en el mundo por la forma de su construcción en una
hondonada de una cantera, con capacidad de 6.000 asientos e inaugurada en 1918;
la de Alcúdia, coso que se halla adosado al bastión de Sant Ferran, y puede
albergar en sus gradas a 3.600 espectadores; la de Felanitx, llamada La
Macarena, la más antigua de la isla y hoy en desuso de festejos taurinos, fue
construida en el año 1914, y con cabida de 5.000 asistentes; la de Inca, la que
nos ocupará en estas líneas por un trágico suceso ocurrido hace 85 años, con
aforo de 8.000 plazas y construida en 1918. Bueno, no quisiera dejar de citar
otra que se halla en la possesió (predio) de Son Puigdorfila, en el término
municipal de Palma, en la actualidad, y desde hace años, en estado ruinosos, en
la cual durante el siglo XIX y principios del XX se celebraban peleas de toros
y perros con apuestas del público que allí se congregaba para ver tan espantoso
espectáculo.
Plaza de Toros de Inca en la actualidad. (Foto: Archivo Josep María Osma Bosch). |
Era la tarde del 29 de julio de
1929. Inca, la capital del Raiguer mallorquín, la ciudad de la piel, celebraba
la festividad de sus dos santos patronos, San Abdón y San Senén; entre los
actos lúdicos de ese día festivo figuraba una gran corrida de novillos con la
terna de novilleros de primera línea de esa época: el mallorquín Melchor
Delmonte (Melchor Lladó Capmany), el cordobés Lagartijo II, y el alicantino
Ángel Celdrán Carratalà, protagonista de este artículo.
Ángel Celdrán Carratalà, que
profesionalmente omitiría en los carteles de sus actuaciones el apellido
paterno, nació el 9 de mayo de 1903 en el número 60 de la alicantina calle de
Bazán. A los catorce años de edad abandona los estudios primarios para trabajar
de aprendiz en una ferretería de su ciudad natal, establecimiento que abandona
tres años después para ocupar plaza laboral en otra ferretería, esta vez en
Valencia capital y curiosamente su razón social era “El Toro”, en la cual
permanece otros tres años. En ese momento, Ángel tenía 20 años y es cuando
decide, con la oposición familiar, dedicarse al mundo taurino, y para ello
contó con la ayuda de un famoso apoderado valenciano, José Ríos, que le metió
en el cartel de una becerrada a celebrar en Castellón. Como novillero debuto en
la ciudad que le vio nacer el 8 de julio de 1923. Su mayor éxito lo obtuvo el 4
de julio de 1926 en una excelente faena con el novillo “Cañamero”, de la
ganadería Miura. 1928 fue un año en el que participó en más de treinta festejos de
toda la nación, siendo en la plaza de toros donde sufrió una cornada en el
pecho, de la cual pudo salir airoso.
Retrocedamos a esa tarde calurosa
festiva inquera del antepenúltimo día del mes de julio. La plaza estaba a
rebosar de un público, que al son de pasodobles interpretada por la banda
municipal de la ciudad, con enérgica voz proliferaba gritos de oles y aplausos
dedicados al joven torero alicantino que demostraba una bravura sin igual
delante del toro “Saltador”, marcado con el número 50 de la ganadería
salmantina de Fabián Mangas. La faena discurría con toda normalidad hasta que
en un momento dado el capote del diestro se enlazó con el toro quien le clavó
uno de sus pitones en todo el vientre,
dejándolo en el suelo de la arena que ya empezaba a ser teñida con su sangre.
Rápidamente, con el aforo de la plaza que había dejado sus vítores y llenos de
pánico, fue llevado a la enfermería del coso donde se le practicaron las
primeras curas a la grave peritonitis sufrida suministrando por vena dosis de
aceite de alcanfor para paliar el dolor y la alta fiebre que lo iba consumiendo
a pasos agigantados. Tras pasar una noche de agonía, en la cual fue visitado
por los alcaldes de Inca y de Palma, a las 10:12 h. fallecía, dejando una joven
viuda y un hijo de un año de edad. Una vez lavado el cadáver y amortajado, se
constituyó la capilla ardiente en la misma enfermería de la plaza, por la cual
pasaron a rendirle el último adiós infinidad de personas que habían asistido a
su última faena taurina.
Ángel Celdrán Carratalá. (Foto: Archivo Josep María Osma Bosch) |
Al día siguiente, el último del
mes de julio, un pleno extraordinario del ayuntamiento de Inca acordó por
unanimidad hacerse cargo de los gastos de una misa funeral en la iglesia
parroquial inquera de Santa Maria la Major, del embalsamamiento y traslado en
tren hacia Palma y en barco a la ciudad levantina. A la llegada a Palma de
Mallorca, sus restos mortales fueron recibidos por toda la corporación
municipal y embarcado en el vapor “Jaume II” con destino a Valencia. Una vez en
la capital del Turia, su cuerpo, acompañado de una larga comitiva de vehículos
cargados de coronas florales, fue trasladado a su ciudad natal, donde se le
instaló una capilla ardiente en la sede de un club taurino que llevaba su nombre.
Sus restos mortales se hallan en
un artístico panteón en el cual hay un grupo escultórico de dos figuras, una de
ellas es una tradicional y españolísima “manola” acogiendo entre sus brazos al
torero muerto en la plaza de toros de la ciudad de la piel; es obra del
escultor alicantino Juan Esteve y está situada en el número 96 de la vía de San
Agustín. Ángel Celdrán Carratalà tiene una calle dedicada en su ciudad natal,
aunque, y curiosamente, en la de Inca, localidad donde vivió sus últimos momentos
de vida, ninguna de sus vías públicas lleva su nombre, y ni siquiera una simple placa conmemorativa en
la plaza de toros que le vio morir en aquella estival tarde del 29 de julio de
1929.
Finalizo este artículo con una
glosa al estilo mallorquín, dedicada al malogrado Àngel Celdrán Carratalà
compuesta por uno de los más grandes “glosadors” que ha dado Mallorca, Bartomeu
Català Barceló (1898-1975), aunque con unos pequeños errores como la fecha del
trágico suceso y el número de marcaje del toro.
SA MORT DÉN CARRATALÀ
En Sión Delmonte vengué
a Inca per torear
amb n´Àngel Carratalà
i en Lagartijo també.
Quan sa quadrilla va
entrar
de passeig dins sa plaça
tothom aplaudí en massa
el valent Carratalà.
Era dia vint-i-vuit
del calorós joriol
quan el cel se posà dol
de niguls sense lloc buit.
Es segon bou per a
ell era
número cinc Saltador
Carratalà sense temor
se´n va
davant sa fiera.
Dispost a fer-se lluir
per tenir es públic content
Carratalà
en el moment
es bou traïdor el va ferir.
Adiós Carratalà
de pena es meu cor se tanca
un toro de Salamanca
sa vida te va
llevar.
Era dia trenta-u
les tres havien tocades
quedaren ses
fabriques tancades
quan el se´n havien de dur.
Adiós Carratalà
Donya Salut i Corones
Inca per moltes estones
tristes memòries tendrà.
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