Juana María Hernández Joy
AVENTURA EN ROMA
-“¿Qué te parece si quedamos esta
tarde para tomar un café? Necesito hablar contigo y desahogarme.” Le dijo
Lourdes a Magda.
-“Está bien, ¿te parece que
quedemos a las cuatro dónde siempre?”
-“Perfecto, allí estaré”
(Foto: Archivo Joana Joy) |
A Magda no le iba muy bien quedar
aquella tarde, pero Lourdes era su mejor amiga, casi una hermana para ella. Y
por ese motivo, no podía fallarle.
Lourdes Román pertenecía a una de
las familias más ricas e importantes de Palma. Doctorada en Derecho, tenía un
bufete de abogados, uno de los más importantes en el mismo centro de la capital
palmesana, donde junto a un equipo de buenos profesionales se encargaba de
atender y llevar todos los negocios de su padre; ello le permitía llevar una
vida acomodada y llena de viajes, hechos por todo el mundo y parte del
extranjero… Era una mujer llena de éxito, todo el mundo la conocía y sabían
quién era. Pero a pesar de todo ello, le faltaba lo más esencial… el amor. Su
solitario corazón aún no había encontrado quien lo hiciera latir.
A las cuatro en punto Magda
entraba por la puerta de la cafetería, sabía perfectamente que su amiga ya
estaría allí.
-“¡Magda, qué guapa estás. Ya veo
que la vida te sonríe!” Le dijo Lourdes
nada más ver a su amiga.
-“¡Ja, ja, ja. No me puedo quejar!
Cuéntame, ¿qué ha pasado esta vez?” Le dijo Magda, ya que sabía perfectamente
el motivo por el que la había llamado esa misma mañana.
-“Me conoces demasiado… Reconozco
que supo seducirme con bellas palabras, hasta que me di cuenta que lo que
realmente le interesaba era mi dinero y mi posición social. Y por favor, no me
digas lo que me dices siempre…”
-“Ya lo sabía…” Le dijo Magda con
una leve sonrisa, mientras la miraba con cariño.
-“Bueno, ya pasó. Te prometo que
a partir de ahora no volveré a fijarme en nadie y mucho menos dejarme enamorar
por el primero que se me ponga delante. Lo prometo.”
No era la primera vez que Magda
le escuchaba decir eso. Pero esta vez no le diría nada. La veía realmente
herida y dolida.
-“Señoritas, ¿qué desean tomar?”
Les dijo el camarero, sacándolas de su conversación y pensamientos.
-“¡Yo tomaré un whisky doble!” Se
apresuró a decir Lourdes.
-“No haga caso a mi amiga,
tráiganos dos cafés, por favor. Gracias.” Dijo Magda amablemente al camarero.
-“Estoy pensando en hacer un
viaje, salir de la isla, lo necesito. La semana que viene tengo un juicio,
después del mismo, haré las maletas y me marcharé. ¿Por qué no te vienes
conmigo?”
-“Lourdes, llegué hace pocos días
de viaje, fue corto, pero muy intenso.” Le dijo Magda mientras recordaba todo
lo vivido en Carcassonne.
-“Por eso mismo te lo digo, tú
también necesitas desconectar, pasar unas horas sin pensar en nada y solamente
disfrutando del momento. ¿Qué te parece si nos vamos a Roma? Tan sólo sería algo
más de veinticuatro horas, ¿qué me dices?”
-“Qué estás loca. Deja que me lo
piense y te contesto mañana.” Le contestó Magda.
Aquella noche no podía dormir; no
dejaba de pensar en su visita al cementerio de la Citè y se preguntaba si
realmente fue Marie Magdalene d´Ortells quien le habló. De repente, aquella
dulce voz le susurró al oído.
-“Sí, mi niña. Era yo. Di que sí
a tu amiga, debes ir, allí te espera una nueva prueba que deberás pasar. No
puedo decirte nada más. Únicamente que vayas alerta, ya que lo que parece real,
no lo es. Y viceversa. Recuerda mis palabras. Debo irme, y no olvides que
siempre estoy contigo.”
-“¿Pero a qué tipo de prueba te
refieres?” Por respuesta, sólo obtuvo el silencio de la noche.
A la mañana siguiente, después de
desayunar en la cocina del monasterio, llamó a Lourdes.
-“¿Qué día nos vamos?”
-“¡Así me gusta!, sabía que me
dirías que sí. El avión sale dentro de dos días, pasaré a recogerte y vamos
juntas al aeropuerto.
Nada más llegar a Roma, cogieron
un taxi que las llevó al hotel donde dejaron las maletas, y salieron a dar una
vuelta por el centro.
-“¿Qué te parece si reservamos
mesa en Ristorante Armando, nos ponemos guapas y salimos a disfrutar de la
noche?”
-“Me parece perfecto.” Contestó
Magda.
(Foto: Archivo Joana Joy) |
Como siempre, Magda estaba
espectacular con un vestido negro ajustado, sin mangas y de generoso escote,
como a ella siempre le gustaba lucir. Sus sandalias negras de tacón alto y ese
rojo carmín que aun resaltaban más sus lindos y apetitosos labios. Lourdes, no
se quedó atrás, su vestido blanco también ajustado y sus sandalias a juego,
conjugaban a la perfección con su larga melena rubia y sus ojos azul celeste.
Dos mujeres de bandera a las que nada ni nadie detendrían en su afán de
disfrutar de su corta estancia en Roma.
Ya en el restaurante, Lourdes le
dice a Magda: “¿Has visto cómo aquel morenazo te mira? Desde que hemos entrado,
no te ha quitado los ojos de encima.”
-“No digas tonterías.” Le dijo
Magda, sabiendo que lo que decía su amiga era verdad, ella también se había
dado cuenta. Pero evidentemente haría caso omiso tanto al comentario de
Lourdes, como a las penetrantes miradas de aquel desconocido.
-“Viene hacia aquí, prepárate.”
-“Buona sera, señoritas.”
-“Buona sera… perdón, ¿cómo te
llamas?” Le dijo Lourdes.
-“Nada que perdonar, el fallo
está en mí por no haberme presentado aún, mi nombre es Francesco. Y vosotras,
¿cómo os llamáis?”
-“Ella, Magda. Y yo, Lourdes. Por
cierto, ¿has cenado solo?”
-“Sí, pero he quedado con un
amigo en vernos dentro de media hora para ir a tomar una copa, ¿os apetece
acompañarnos?”
Lourdes dijo que si enseguida,
mientras miraba a Magda para que también lo dijera.
-“Está bien, iremos, pero sólo
una copa.” Contestó Magda a aquél desconocido llamado Francesco. Tenía que
reconocer que su piel oscura, sus ojos verdes y su cabello negro como el
azabache hacían de él, un bello ejemplar
de hombre italiano, y presentía que él también pensaba lo mismo de ella,
bastaba ver como la miraba. Aunque, había algo más en él que aún no lograba ver
y le gustaría saber.
-“Ya está aquí Angelo ¿vamos?”
Lourdes, nada más ver al amigo de
Francesco, quedó prendada de él. Angelo, era el típico hombre italiano, moreno,
de ojos azules, alto y con un cuerpo perfecto. El traje de marca que llevaba,
le quedaba a la perfección.
Ya iban por la segunda copa
cuando Lourdes le dijo a Magda, que se iba con Angelo a dar un paseo por la
ciudad. Sabía Magda lo que su amiga quería y le dijo a ésta: “No te preocupes,
nos vemos mañana. Pero ten cuidado, ya sabes porque te lo digo.”
Lourdes y Angelo, salieron del
local sin rumbo fijo, con un único pensamiento y deseo, estar esa noche juntos.
-“Vamos, te llevo a mi casa. Allí
estaremos tranquilos.”
(Foto: Archivo Joana Joy) |
Angelo vivía en un palacete a las afueras de
Roma. Ya, en su lujoso aposento, empezó a bajarle lentamente la cremallera del
vestido, deseoso de sentir su piel mientras acercaba sus labios al cuello de
ella. Lourdes, tan deseosa de él estaba, que se dejó hacer, y Angelo siguió
desnudándola mientras sus labios iban recorriendo todo su cuerpo hasta llegar a
su secreto mejor guardado.
-“Deseo hacerte mía, llegar hasta
al Infinito a través de ti y llenarte toda de mí.”
-“No me lo digas, hazlo. Yo
también lo deseo.” Le dijo Lourdes, ansiosa de sentir como poco a poco y muy
dulcemente iba llegando para seguir de cada vez con más fuerza hasta llegar al
final y desembocar en un estallido de locura y pasión.
-“Sé que debes volver a tu
encantadora isla de Mallorca. Pero quiero y deseo volver a verte. Regresa
pronto, si no lo haces, seré yo quien vaya a buscarte.”
Mientras sucedía todo esto… Magda
y Francesco seguían en el mismo sitio.
-“Eres una mujer realmente
hermosa, tienes una mirada que cautiva a cualquiera.”
-“Incluso a ti, ¿verdad?”
-“Sí, tengo que reconocerlo. Nada
más verte esta noche, ya te he deseado y sigo deseándote.”
-“Lo sé. Reconozco que eres un
hombre muy interesante y apetecible, pero nunca estaría contigo. Primero,
porque soy mujer de un sólo hombre, y segundo, no me gusta el anillo que
llevas. Demasiado ostentoso para alguien que predica lo que no cree.” Y,
disimuladamente volvió a mirar el sello que lucía Francesco en su mano
izquierda, el mismo que llevaban todos los nuncios papales. En aquel momento
recordó las palabras que le dijo Marie Magdalene d´Ortells: “Lo que parece
real, no lo es. Y viceversa.”
-“Es tarde, y mañana debo
levantarme temprano.”
-“Te acompaño a tu hotel.” Le
dijo Francesco, mientras sus ojos llenos de deseo la recorrían lentamente de
arriba abajo.
-“Te lo agradezco, pero no. Sé
llegar y también dormir sola” Le contestó sabiendo lo que realmente él buscaba.
Al día siguiente ya en el avión
de regreso a Palma, las dos amigas iban en silencio, cada una de ellas inmersa
en sus propios pensamientos.
-“Realmente lo de anoche fue
maravilloso… Nunca antes había sentido igual con nadie.” Comentó Lourdes de
repente.
-“Me alegro de que por unas horas
fueras feliz, pero como tú siempre me dices… estas historias son simples
aventuras de una sola noche y nada más.”
-“Tienes toda la razón, mejor
será olvidarlo.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario