lunes, 17 de febrero de 2014

LOS MORADORES DEL CASTILLO DE BELLVER

Amado Carbonell Santos

En los instantes siguientes a la puesta del Sol, las sombras inundan los muros del Castillo de Bellver. Las escaleras de caracol descienden hacia la penumbra, sin saber muy bien a donde conducen, únicamente el último peldaño revelará que se esconde tras la negrura de la noche…

Son muchos los vigilantes y trabajadores del Castell de Bellver que han afirmado escuchar pasos junto a la estancia donde estuvo preso  Jovellanos, o sentir el tacto frío de una mano sobre su hombro junto a las ánforas del museo greco-romano.

Castillo de Bellver
(Foto: alcazaba.com)
Las historias y leyendas que rondan la historia del castillo comienzan desde el momento que el Rey Jaime II, estaba convencido que los fantasmas de sus antepasados y los soldados moriscos le perseguían. Tal era el temor que tenía de esos espectros que tanto le atormentaban, que mandó construir el castillo sobre la colina de Bellver en el año 1309, donde su figura inconfundible domina toda la ciudad y la bahía de Palma. El propio rey Jaime II ordenó construir la torre del homenaje, separada del edificio principal por un simple puente de piedra, el cual podría ser destruido para que los ejércitos moriscos no pudieran llegar hasta él y disponer de agua y provisiones hasta que llegasen los refuerzos.

Esta fortaleza de planta circular, fue ideada principalmente como residencia real, pero el tiempo en su transcurso hizo que su función fuese la de un refugio de la corte y una prisión inexpugnable. Cientos de soldados de las guerras napoleónicas fueron tomados como prisioneros y pasaron sus últimos años entre sus muros, sufriendo terribles tormentos y torturas de mano de sus carceleros, hasta que se volvían locos o morían de dolor bajo el yugo del látigo y el hierro incandescente.

Torre y puente de piedra
(Foto: inspiradoenespana.com)
Muchos personajes históricos pasaron también meses, incluso años recluidos en una pequeña celda mientras escuchaban el sonido del mar al otro lado de las murallas. El primero de ellos fue el ministro Gaspar Melchor de Jovellanos, que estuvo preso desde 1802 hasta 1808, el cual contribuyó en la descripción del castillo de forma exacta e hizo una gran labor botánica en el pinar circundante, creando con ello el primer movimiento conservacionista del patrimonio de Bellver;  Años más tarde, el físico francés François Aragó se refugió entre sus paredes durante algunos años, tras ser acusado de espionaje mientras participaba en la medición del meridiano de París. Durante 1817, el general absolutista Luis Lacy fue fusilado sobre los muros del Oeste, junto al acceso del foso que protege al castillo. Pasaron los años y los presos políticos iban llegando para ser en muchos de los casos torturados, e igual que  Lacy, fusilados.

Durante el siglo XX, después de la insurrección de 1936, ochocientos presos republicanos fueron encerrados y trabajaron en la construcción de la carretera que conduce desde la calle Joan Miró hasta las escaleras de acceso al patio exterior. Muchos de ellos perecieron durante aquellos terribles años de trabajos forzosos, tortura y dolor, no sin dejar la huella de su paso por la que fue su última morada.

En 1931, durante la Segunda República el castillo fue cedido a la ciudad de Palma, y en 1932 fue convertido en un museo, siendo éste renovado durante 1976 para finalmente ser el Museo de Historia de la Ciudad de Palma de Mallorca.

El personal que realizaba las rondas de vigilancia nocturna, contaba a sus superiores que en los pasillos del primer piso, se sentían observados y el sonido de unos pasos les seguían hasta detenerse frente a las escaleras que bajan al portalón de la entrada principal. Otros avisaban por radio a sus compañeros, al escuchar voces y sentirse tocados por manos que aparecían de entre la oscuridad junto a las esculturas romanas.

Los trabajadores encargados de la limpieza del recinto, afirmaban haber visto la sombra de Jovellanos paseando por los pasillos del primer piso, y desaparecer unos instantes después frente a la puerta de la que fue su celda. Otros trabajadores que realizaban las reparaciones en el sistema de iluminación y se quedaban hasta altas horas de la madrugada, informaron haber escuchado gritos y lamentos de dolor provenientes de la planta baja del castillo. Contaban que eran unos gritos tan desgarradores que el vello se les erizaba y el corazón palpitaba tan fuerte que sentían su propio pulso sobre la ropa.

Bajo los suelos de la fortaleza, se hallan unas cuevas excavadas por los propios trabajadores que construyeron el castillo, utilizando la montaña como cantera. Según cuenta una de las leyendas, dichas cuevas habían servido de morada a una malvada bruja conocida como “Na Joana”.

Cuevas bajo el castillo de Bellver
(Foto: diariodemallorca.es)
Algunas versiones narran que esperaba a las gentes que paseaban por las cercanías del castillo, para invitarles a degustar un manojo de higos que llevaba en su canasto. Los paseantes accedían gustosos a probar un bocado del pequeño manjar que aquella anciana les ofrecía, desconociendo que aquellos higos de aspecto tan apetecible estaban envenenados.

Otras nos hablan de que esa misma mujer, le quitó la joroba de la espalda a un joven muchacho, que se dispuso a cantar y a bailar con ella y sus compañeras junto al calor de la hoguera, que habían encendido junto a la entrada de las cuevas de Bellver. La joroba que le había sido quitaba a aquel joven tan amable y alegre, la bruja se la implantó en el pecho a otro joven que caminaba cerca de las murallas del castillo, igualmente era jorobado y había sido descortés con ella.

Arqueólogos que entraron en dichas cuevas, contaron al director del proyecto de restauración que habían escuchado detrás de ellos pasos y cuando se giraban para mirar, no había nadie. Incluso afirmaron haber oído risas de mujer dentro de las cavidades de la montaña y el sonido del chasqueo que producen las llamas ardiendo sobre un montón de leña de pino recién cortado.

Na Bruixa Joana
(Foto: elmundo.es)
Diversos historiadores tienen la certeza de que la zona baja de la torre del homenaje, ideada para hacer la función de aljibe, había sido utilizada durante siglos como mazmorra y tenía un pasadizo secreto que comunicaba con la zona más oculta de las cuevas.

El propio autor de este artículo, se ha sentido observado y seguido por presencias durante sus visitas invernales al Castillo de Bellver, mientras contemplaba la salida del Sol  a través de las pequeñas cristaleras de la celda de Jovellanos.  El punto donde más se concentraban estas sensaciones, era en las zonas donde reposan los restos arqueológicos más antiguos de la ciudad. Puede que únicamente sea sugestión producida por el entorno, pero con los antecedentes de muerte y sufrimiento que se vivieron y que actualmente se esconden tras sus murallas, bien merece la pena pasear por sus pasillos, experimentando una vez más el tacto del paso del tiempo rodeándonos en cada una de sus estancias.

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