EL SUEÑO DE ROGER
-¡Buenos días tio Joan! ¿Cómo
estás?
-Buenos días mí querida sobrina.
Muy bien, estoy ordenando unos documentos, en unos días salgo de nuevo de
viaje.
-¿Convocado Capítulo? -preguntó
Magda al ver sobre la mesa de éste una caja con un sello lacrado. Sabía
perfectamente que había en su interior.
-Así es-. Contestó Joan de
Gillart.
-¿Cúando te marchas? Llévame
contigo.
-Sabes perfectamente que no
puedes asistir. Las mujeres lo tenéis terminantemente prohibido.
-Es verdad. Pero no sería la
primera vez que una mujer asistiera a un Capítulo.
-Magda, no sigas. No vendrás
conmigo y lo sabes.
-Está bien, no insisto. Pero te
recuerdo que el nombre de la Orden a la que perteneces es La Perla Negra.
-Sí. ¿Qué quieres decir con ello?
-Es curioso que una orden como
ésta, y con el peso que tiene desde tiempo inmemoriable, tenga nombre femenino
y al mismo tiempo no se acepten mujeres, ¿no crees?
-¡Magda! No sigas por ahí. Y por
segunda vez te digo, no vendrás conmigo.
-Está bien Sr.Guillart, usted
gana.

-Sí, eso mismo. Mañana Bernat me
dirá como lo tengo que hacer.
Magda conocía perfectamente el
lugar donde se reunían, más de una vez había ido sin que nadie se diera cuenta
de ello, ni siquiera su querido tío Joan. Pero nunca consiguió entrar, el
hermano guardián que siempre había en la puerta, al verla, la habría reconocido
y dado la voz de alarma al resto de hermanos presentes.
Al día siguiente, aún no eran las
cinco de la mañana y ya estaba Magda entrando por la puerta de la gran cocina
del monasterio.
-¡Buenos días Bernat!
-¡Buenos días mi querida niña
Magda! ¿Pero qué haces tan temprano levantada? ¡Si aún no ha salido el sol!
-Necesito pedirte un favor.
-Tú dirás, pero hoy no tengo
mucho tiempo, sólo faltan dos rosas.
-¿Cómo dices Bernat, dos rosas?
-Sí, mi niña Magda. Siempre que
se convoca Capítulo, todos los hermanos asistentes al mismo, reciben tres rosas
rojas, una por semana; a la que hace tres y en ése mismo día, deben acudir al
lugar acordado. La reunión o como solemos decir nosotros, Capítulo, se inicia a
las doce en punto de la medianoche. Anteriormente, a las nueve, los hermanos
celebran una cena. Y por ese mismo motivo, en esta fría mañana de enero, no
puedo atenderte como acostumbro a hacer; debo preparar todo para que esa noche
no falte nada y el protocolo de la misma salga bien.
-¿Quieres decir qué también
asistirás al Capitulo?
-Sí, como siempre hago y he hecho
desde que estoy en la orden.
-Bernat… Quiero asistir…
-Niña Magda, sabes que no puedes.
Eres mujer, y por tanto, no apta para ello.
-Hermano Bernat, sabes que estoy
lo suficientemente preparada y a la altura.
-Lo sé, mi querida Magda. Pero
como te he dicho antes, eres mujer.
-Bien, ya no insisto más. No te
preocupes por mi desayuno, me apetece bajar a Palma. Ya tomaré algo por el
centro.
-Espera, de acuerdo; te pondrás el
hábito de sirviente y servirás la cena.
Con anterioridad a la llegada de los mismos, colocarás en la mesa el cuenco
para la sopa, la copa para el vino y los cubiertos para cada uno de los
hermanos asistentes. Muy importante, antes de entrar en el refectorio, deberás
ponerte la capucha; no deben reconocerte y mucho menos saber que eres tú. Los
hermanos cenan en silencio, mientras escuchan una lectura sagrada. Procura ser
lo más sigilosa posible y no cometer ningún fallo que te delate. ¿Entendido?
-Sí. Entendido.
-Bien. Y ahora dame unos minutos
y te preparo el desayuno.
Magda estaba feliz, había
conseguido lo que quería. Ahora sólo quedaba esperar a que llegara el día. Dos
semanas, tan sólo dos semanas. Su día por el centro de Palma,
iba transcurriendo plácidamente. Nada más llegar a Plaza España y como solía
hacer siempre, se paró a tomar algo en su bar favorito. Al entrar, recordó
aquella mañana que vio por primera vez a Fernando y de su viaje a Escocia donde
el destino quiso que se volvieran a encontrar. No había podido olvidar aquella
noche de hotel, ni lo que sintió mientras estuvo entre sus fuertes brazos.
Seguía deseándole, pero era consciente de que lo ocurrido en Escocia, sólo
había sido una aventura de dos personas que en aquél momento se deseaban. Ella
misma forzó la situación para que fuera así; sólo una aventura.
Después de haber comido, cogió
nuevamente su coche y fue hasta el Paseo Marítimo, le apetecía caminar y
respirar ese aire a mar que tanto le gustaba y que tan buenos y evocadores
recuerdos de niña le traían. Lentamente, y sin prisas, sus pasos le llevaron
hasta la lonja de pescadores donde se detuvo y por unos minutos se dejó
envolver por aquel aroma.
-Buenas tardes mi querida Magda
–le dijo Roger de Blanchefort, quien llevaba un rato observándola.
-¡Hola Roger, buenas tardes!
¿Cómo estás? No sabía que estabas en Palma.
-He venido sólo por unos días a
cumplir con un compromiso. Llegué ayer y me marcho mañana.
-¿Una dama? –le dijo Magda, a su
buen amigo francés.
-Es posible –contestó Roger, sin
dar más explicación.
-Bien, si es así, espero que me
la presentes. Quiero conocerla.
-¡Ja, ja, ja! Tranquila, cuando
llegue el momento ya te la presentaré. Por cierto, el compromiso que me ha
hecho venir hasta esta bella isla, se celebra esta misma noche, ¿qué te parece
si me acompañas?
-¿Yo? –le dijo Magda sorprendida.
-Sí, tú. Lo tengo todo previsto,
ya me conoces. Tengo reservadas dos habitaciones en el mejor hotel de Pollensa,
el mismo donde estoy hospedado desde que llegué.
-Roger, no puedo asistir. Sabes
que me gusta vestir bien y ya no tengo tiempo de ir a mirar nada.

Acababan de llegar al hotel;
Roger acompañó a Magda hasta su habitación donde muy cortésmente le abrió la
puerta. Nada más entrar, Magda vio sobre la cama una caja grande y al lado,
otra más pequeña.
-Ábrela –le dijo él, impaciente
por saber si a Magda le gustaría el vestido rojo que había comprado en Paris,
especialmente para ella.
-Es realmente precioso –le dijo,
nada más verlo.
-Y ahora abre la otra caja.
Espero que también te gusten y sean de tu agrado.
-Roger, ¿por qué haces todo esto,
a qué se deben estos regalos? –le dijo Magda al ver los zapatos negros de tacón
alto, eran perfectos para lucirlos con el vestido rojo.
-Luego hablamos, ahora no
preguntes. En el baño tienes todo lo necesario para lucir esta noche más bella
que nunca. Te recogeré en una hora.
Puntual como siempre, Roger
tocaba a la puerta de la habitación de Magda. Aún le quedaba otra sorpresa por
entregar a su princesa. Aunque era consciente de que podía recibir una negativa
por respuesta, debía y quería intentarlo. Magda era demasiado para él; tenía
todo lo que siempre había buscado en una mujer. Necesitaba saber si ella
estaría dispuesta a darle un sí.
-¿Vamos? –dijo ella.
-Sí, vamos.
Al llegar al restaurante, había una
orquesta que nada más verla entrar, empezó a tocar La Vie Rose y un camarero la
invitaba a que lo acompañara. Magda estaba acostumbrada a las sorpresas, pero
ésta las superaba todas. Ya sentados el uno frente al otro, ella le pidió a
Roger que le explicara que significaba todo aquello.
-Magda, mi princesa Magda; me
gustas desde aquella primera noche que nos vimos en Barcelona, pero no soy
hombre de demostrar mis sentimientos. Si he hecho y preparado todo esto, es
porque quiero que sepas todo lo importante que eres para mí.
-Roger, agradezco tus palabras.
Aunque no era necesario que prepararas todo esto, ya sabes que soy una persona
muy sencilla.
-Quería y me apetecía hacerlo;
aparte de que te mereces, todo esto y más. Sabes que yo podría dártelo.
-Por favor, no sigas, –le dijo
Magda –no soy mujer florero, nunca lo he sido, no lo voy a ser ahora. Roger, mi
buen amigo, sabes los proyectos que tengo en mente y también cual es mi meta.
-Lo sé, mi querida Magda, lo sé.
Pero necesitaba decírtelo.
-Esto es para ti, quiero que lo
aceptes.
Al abrir Magda la caja y ver su
contenido, se quedó blanca; le dijo a Roger que no podía aceptar semejante
regalo, no por su valor económico en sí, si no por lo que representaba. Dicho
regalo era una rosa hecha a mano expresamente para ella, en platino y
brillantes.
-Lo siento, no puedo aceptarla.
-Quiero que la aceptes.
-Vuelvo a repetir, lo siento, no
puedo aceptarla.
-Está bien, mi Señora. No insistiré
más. Bueno, ¿qué te parece si olvidamos lo sucedido?
-Por mí, perfecto –le dijo Magda,
ya más relajada.
-Ya que vamos a estar en este
bello pueblo de Pollensa hasta mañana por la tarde, ¿podríamos hacer el
Calvario? Tengo entendido que es como dar un paseo, unos cuantos escalones y ya
hemos llegado a la ermita del mismo nombre.
Mientras Magda escuchaba a Roger,
no podía evitar sonreír ante sus palabras –si, si, así es, unos pocos escalones
y ya estaremos en la ermita. Por si acaso te cansas, te aconsejo que lleves
calzado cómodo.
-Está bien, así haré. Entonces,
mejor será que nos vayamos a dormir, mañana habrá que levantarse temprano.
-Sí, mejor será. ¿Roger?
-¿Dime?
-Gracias por esta noche de
ensueño, cualquier mujer te habría dicho que si con los ojos cerrados.
-No me interesa cualquier mujer
–le dijo Roger mirándola fijamente a los ojos y deseando besar sus labios de
rojo carmín.
-Roger, hasta mañana.
-Sí, hasta mañana. Buenas noches.
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