Josep María Osma Bosch
Escudo de los condes de Aiamans (Foto: Archivo Josep María Osma Bosch) |
Nuestro valeroso conde, tuvo una última acción bélica, y con permiso del Rey, se retiró a descansar en Ciutat. Sin duda alguna, una vez desembarcado del navío que lo había transportado a su tierra natal, tuvo conocimiento de que su esposa, Margalida Despuig, de veintidós años de edad, también de la rancia nobleza mallorquina, había abandonado el casal marital refugiándose en el convento de Santa Magdalena. A las 5:30 horas del día 15 de octubre de 1637, por el entorno del convento de esa casa santa, algo inusual estaba ocurriendo. Varios hombres armados hacían vigilancia por los alrededores del edificio de clausura, mientras nuestro protagonista, el conde de Aiamans, escalaba con la ayuda de una escalera de cuerda estrecha y seguido de varios hombres disfrazados una de las paredes exteriores del monasterio; y una vez dentro, para que las monjas que allí residían no dieran el toque de alarma con las campanas, quitaron sus correspondientes badajos. Seguidamente, tanto el de Aimans como sus secuaces, empezaron a abrir las puertas de todas las celdas y demás aposentos conventuales, hallando a las sorprendidas religiosas con sus camisones de noche, y sin hallar rastro alguno de Margalida, abandonaron el lugar.
Iglesia y convento de Santa Magdalena (Foto: Archivo Josep María Osma Bosch) |
Por otra parte, la propia Margalida Despuig declaró que llevaba ocho años casada con el conde, y desde hacia tres no estaban haciendo vida conyugal, y que de él recibía malos tratos e infidelidad en el matrimonio, habiendo incluso un hijo natural de trece años de edad, y que con licencia del obispo Juan de Santander, de la diócesis mallorquina, pudo entrar en asilo en el convento, y que en la noche del tumulto, se escondió, para no ser hallada por su colérico esposo, debajo de la cama de una monja que se hallaba enferma dentro de su celda.
Al conde de Aiamans no se le pudo detener, ya que, seguramente lo tenía previamente ideado en caso de que saliera mal su plan, huyó a Barcelona, donde halló el óbito, según las crónicas del suceso, de muerte natural, a partir de ese momento, se cerró el proceso judicial y se retiró la guardia armada que vigilaba el convento en prevención de un posible nuevo asalto.
El convento de Santa Magdalena, que visitamos en la Ruta II del día 21 de noviembre, en el siglo XIII fue un hospital, fundado por el obispo Guillem de Torruella a solicitud de Ponç Hug, conde de Empúries, uno de los señores feudales que acompañaron al rey Jaume I en 1229 en la invasión, saqueo y conquista de la Mayürqa almohade, y que falleció a causa de la peste siendo enterrado en ese mismo centro sanitario. Un siglo después, toman posesión del edificio las monjas de la Penitencia de Santa María Magdalena, las cuales lo transforman en estilo gótico; estas religiosas, en 1533 abrazaron la agustiniana pasando a denominarse Canonesas Regulares Lateranenses.
La fachada principal, que da a la plaza de Santa Magdalena, no contiene ninguna ornamentación artística. Su portal de acceso es adintelado y sobre el mismo presenta una hornacina de medio punto con una imagen en piedra de Santa Magdalena que en su mano derecha sostiene una copa (¿el Santo Grial?), y en la izquierda, como representación de su penitencia, un cráneo. En lo más alto hay dos torres de planta cuadrangular, entre ellas destacan las cuatro ventanas rectangulares. En el acceso lateral se puede observar un escudo de la Orden Agustina por un papel de obispo; justo a su derecha tiene la entrada el convento con un típico torno conventual de clausura.
El interior, trabajado en su mayoría con piedra de Santanyí, es de planta única de cruz latina con capillas laterales, cinco por lado. El retablo mayor, flanqueado por columnas corintias, es barroco con una imagen de la santa titular orando atribuida a Lluís Font i Martorell. En la parte del Evangelio (izquierda), se halla el panteón de Catalina Thomás (1531-1574), la payesa nacida en Valldemossa, beatificada en 1792 y canonizada en 1929; su cuerpo incorrupto descansa eternamente dentro de una urna obrada en cristal y plata, obra de Josep Bonnín y costeado por el cardenal Antoni Despuig i Dameto (1745-1813), prelado mallorquín cuyos restos mortales fueron trasladados en 1993 desde Lucca, en la Toscana italiana, y en la plaza frente al templo tiene una estatua realizada en bronce en el año 2005 por Damià Ramis Caubet. Debajo del coro hay dos frescos, uno a cada parte, representando a dos milagros de la santa mallorquina, son obra de Francesc Caimari i Rotger (1739-¿...?).
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